FUENTE INAGOTABLE DE LUZ

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¡ILUMÍNANOS!

Sagrados Corazones Unidos del AMOR SANTO

Sagrados Corazones Unidos del AMOR SANTO
Sagrados Corazones de Jesús y María, unidos en el amor perfecto,

viernes, 20 de junio de 2014

La Didajé (Didaché)

La Didajé



Introducción


La Didajé es un texto fundamental del cristianismo primitivo, puesto que es un resumen de la enseñanza (= didaché gr.) de los apóstoles. Es el texto no canónico más antiguo que conocemos —incluso anterior a algunos libros del Nuevo Testamento—. Algunos doctores del siglo III, como Clemente de Alejandría , llegaron a citar la Didajé como escritura divinamente inspirada[1].

A pesar del título, no se entiende que haya sido escrita por la totalidad de los apóstoles o por alguno de ellos, sino sencillamente que el escritor se propone recoger las enseñanzas fundamentales —de carácter preferentemente moral— que, a través de los apóstoles, se remontan al Señor. Como podrá advertirse, el texto está impregnado del espíritu evangélico.

Tal como nos ha llegado, el libro puede dividirse en tres partes claramente identificables, a saber: una instrucción que —según se afirma en VI, I— ha de preceder al bautismo, cuyo carácter es esencialmente moral y práctico; se expone mediante la alegoría de los dos caminos (caps. I-VI). Un esbozo de ritual para los sacramentos del Bautismo y la Eucaristía — o Santa Cena — (VII-IX), con un capítulo intercalado sobre el ayuno y la oración. Finalmente, una ordenación de las relaciones de la comunidad respecto a apóstoles y profetas, con avisos y cautelas para distinguir los verdaderos de los falsos profetas (XI-XIII), la manera en que se debe proveer sustento, algunas indicaciones sobre el día del Señor, y criterios sobre la elección de Obispos y Diáconos. Una exhortación a la vigilancia, con referencia a los últimos tiempos.

Lea atentamente la Didajé y luego complete el cuestionario correspondiente (al final del texto). Como esta lección es optativa, no se evaluará en el examen final.

 




La Doctrina de los doce Apóstoles

Doctrina del Señor a las naciones por medio de los doce apóstoles.

Traducida por Rvdo. P. Daniel Ruiz Bueno C. M. E., catedrático de lengua griega. México, Librería Parroquial, 1946.

 

I. Los dos caminos

Dos caminos hay, uno de la vida y otro de la muerte; pero grande es la diferencia que hay entre estos dos caminos.

Camino de la vida

Ahora bien, el camino de la vida es éste: En primer lugar, amarás a Dios que te ha creado; y un en segundo lugar, a tu prójimo, como a ti mismo.
Y todo aquello que no quieras se te haga contigo, no lo hagas tú tampoco a otro.

La perfección evangélica

Mas la doctrina de estas palabras es como sigue:
Bendecid a los que os maldicen y orad por vuestros enemigos, y aun ayunad por los que os persiguen. ¿Pues qué gracia tiene que améis a los que os aman? ¿No hacen también eso mismo los gentiles? Mas vosotros amad a los que os aborrecen y no tendréis enemigos.
Abstente de los deseos carnales y corporales.
Si uno te da una bofetada en la mejilla derecha, vuélvele también la izquierda y serás perfecto.
Si uno te fuerza a ir con él el espacio de una milla, acompáñale dos.
            Si alguien te quitare el manto, dale también la túnica.
            Si alguien te quita lo tuyo, no lo reclames, pues tampoco puedes.

La limosna

A todo el que te pida, dale, y no se lo reclames, pues el Padre quiere que a todos se dé de sus propios dones.
            Bienaventurado el que da, conforme al mandamiento, pues es inocente.
            Mas ¡ay del que recibe! Porque si recibe por necesidad, será inocente; mas el que recibió sin necesidad, tendrá que dar cuenta de por qué y para qué recibió. Será puesto en prisión y no saldrá de allí hasta pagar el último ochavo.
            Y aun sobre esto fue dicho: “Que tu limosna sude en tus manos, hasta que sepas a quién das”.

II. El segundo mandamiento

El segundo mandamiento de la Doctrina es éste:
            No matarás. No cometerás adulterio. No corromperás a los jóvenes. No fornicarás. No robarás. No te dedicarás a la magia ni a la hechicería. No matarás al hijo en el seno de su madre, ni quitarás la vida al recién nacido. No codiciarás los bienes de tu prójimo. No perjurarás. No levantarás falsos testimonios. No calumniarás ni guardarás rencor a nadie.
            No serás doble ni de pensamiento ni de lengua, pues la doblez es un lazo de muerte.
            Tu palabra no será mentirosa ni vacía, sino cumplida por la obra.
            No serás avariento, ni ladrón, ni fingido, ni mal intencionado, ni soberbio.
            No tomarás mal consejo contra tu prójimo.
            No aborrecerás a ningún hombre, sino que a unos les corregirás, a otros los compadecerás; por unos rogarás y a otros amarás más que a tu propia alma.

III. Apártate del mal

Hijo mío, huye de todo mal y de cuanto se asemeje al mal. No seas iracundo, porque la ira conduce al asesinato.
            No seas envidioso, ni disputador, ni acalorado, pues de todas estas cosas se engendran muertes.
            Hijo mío, no te dejes llevar de tu deseo, pues el deseo conduce a la fornicación.
            No hables deshonestamente ni andes con ojos desenvueltos, pues de todas estas cosas se engendran fornicaciones.
            Hijo mío, no te hagas adivino, pues esto conduce a la idolatría; ni encantador, ni astrólogo, ni purificador, ni quieras ver estas cosas, pues de todo ello se engendra idolatría.
            Hijo mío, no seas mentiroso, pues la mentira conduce al robo.
            No seas avaro ni vanaglorioso, pues de todas estas cosas se engendran robos.
            Hijo mío, no seas murmurador, pues la murmuración conduce a la blasfemia.
            No seas arrogante, ni de mente perversa, pues de todas estas cosas se engendran blasfemias.

Haz el bien

Sé más bien mando, pues los mansos poseerán la tierra.
            Sé longánime, compasivo, sin malicia, tranquilo, bueno y temeroso en todo tiempo de las palabras que oíste.
            No te exaltes a ti mismo, ni consientas a tu alma temeridad alguna.
            No se juntará tu alma con los soberbios, sino que conversarás con los humildes y con los justos.
            Recibe como bienes las cosas que te sucedieren, sabiendo que sin la disposición de Dios nada sucede.

IV. La comunidad cristiana

Hijo mío, acuérdate noche y día del que te habla la palabra de Dios y hónrale como al Señor; porque donde la gloria del Señor es anunciada, allí está el Señor.
            Buscarás todos los días los rostros de los santos, a fin de recrearte con sus palabras.
            No fomentarás la escisión, sino que pondrás en paz a los que contienden.
            Juzgarás con justicia, sin miramiento de personas, para reprender las faltas.
            No dudarás si será o no será.

Liberalidad en el dar

No seas de los que alargan la mano para recibir y la encogen para dar. Si adquieres algo con el trabajo de tus manos, da de ellos como redención de tus pecados.
            No dudarás si das o no, ni murmures cuando des, pues has de saber quién es el buen recompensador de tu limosna.
            No eches de ti al necesitado, sino comunica en todo con tu hermano, y de nada digas que es tuyo propio. Pues si en los bienes inmortales os comunicáis, ¿cuánto más en los mortales?

La familia cristiana

No levantarás la mano de tu hijo o de tu hija, sino que desde la juventud les enseñarás el temor del Señor. No mandarás con aspereza a tu esclavo ni a tu esclava, que esperan en el mismo Señor que tú, no sea que pierdan el temor del Señor que está sobre unos y otros.
            Porque no viene a llamar con miramiento de personas, sino a aquellos a quienes preparó su Espíritu.
            Por vuestra parte, vosotros, esclavos, someteos a vuestros señores, como a representantes de Dios, en reverencia y temor.

Últimos preceptos

Aborrece toda hipocresía y todo cuanto no agrada al Señor. No abandones los mandamientos del Señor, sino guarda lo que recibiste sin añadir ni quitar cosa alguna.
            Confiesa en la reunión tus pecados y no te acerques a la oración con mala conciencia.
            Este es el camino de la vida.

V. El camino de la muerte

El camino de la muerte es este:
            Ante todo, es camino malo y lleno de maldición. En él se dan muertes, adulterios, concupiscencias, fornicaciones, robos, idolatrías, magias, hechicerías, rapiñas, falsos testimonios, hipocresías, dobles de corazón, engaño, soberbia, malicia, arrogancia, avaricia, deshonestidad en el hablar, celos, temeridad, altivez y jactancia.

Quiénes lo siguen

Este camino siguen los perseguidores de los buenos, los aborrecedores de la verdad, los amadores de la mentira, los que no conocen el galardón de la justicia, los que no se adhieren al bien ni al recto juicio, los que vigilan y no para el bien, sino para el mal.
            Síguenlo otros sí, aquellos de quienes está lejos la mansedumbre y la paciencia, los amadores de la vanidad, los que sólo buscan su recompensa, los que no se compadecen del pobre, los que no trabajan por el atribulado, los que no reconocen a su Creador, los matadores de sus hijos, los destructores de la imagen de Dios, los que arrojan de sí al necesitado, los que oprimen al atribulado, los abogados de los ricos, los jueces inicuos de los pobres, los pecadores en todo.
            Apartaos, hijos, de todas estas cosas.

VI. Vía media

Vigila para que nadie te extravíe de este camino de la Doctrina, pues te enseña fuera de Dios. Porque si, en efecto, puedes llevar todo el yugo del Señor, serás perfecto; mas si no puedes todo, haz aquello que puedas.
            Respecto de la comida, guarda lo que puedas; mas de lo sacrificado a los dioses, abstente enteramente, pues es culto a los dioses muertos.

VII. El Bautismo

Respecto del bautismo, bautizad de esta manera. Dichas con anterioridad todas estas cosas, bautizad en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, en agua viva.
Si no tienes agua viva, bautiza con otra agua.
Si no puedes hacerlo con agua fría, hazlo con agua caliente.
Si no tuvieres ni una ni otra, derrama tres veces agua sobre la cabeza en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo.
Antes del bautismo, ayune el que bautiza y el bautizando, y algunos otros, si pueden. Al bautizando le mandarás ayunar uno o dos días antes.

VIII. El ayuno cristiano

Vuestros ayunos no han de ser al tiempo que lo hacen los hipócritas; porque éstos ayunan el día segundo y quinto de la semana. Mas vosotros ayunad el día cuarto y el día de la preparación.

La oración cristiana

No oréis tampoco como los hipócritas, sino que tal, como os mandó el Señor en su Evangelio, así tenéis que orar:

Padre nuestro celestial,
Santificado sea tu nombre
Vanga tu reino,
Hágase tu voluntad,
Como en el cielo, también en la tierra
El pan nuestro de nuestra subsistencia,
dánosle hoy;
y perdónanos nuestra deuda, así como también nosotros perdonamos a nuestros deudores, y no nos lleves a la tentación,
mas líbranos del malo.
Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
Así oraréis tres veces al día.

IX. La Eucaristía

Respecto de la Eucaristía, daréis gracias de esta manera:
Primeramente, sobre el cáliz:

Te damos gracias, Padre nuestro,
Por la santa viña de David, tu siervo,
La que nos diste a conocer por medio de Jesús, tu siervo.
A ti sea la gloria por los siglos.

Luego, sobre la fracción:
Te damos gracias, Padre nuestro,
Por la vida y el conocimiento
Que nos manifestaste
Por medio de Jesús, tu siervo.
A ti sea la gloria por los siglos.
Como este fragmentos
Estaba disperso sobre los montes
Y reunido se hizo uno,
Así sea congregada tu Iglesia
De los confines de la tierra en tu reino.
Porque tuya es la gloria y el poder
Por Jesucristo eternamente.

Que nadie como y beba de vuestra Eucaristía, sino los bautizados en el nombre del Señor. Pues justamente sobre esto dijo el Señor: “No déis lo Santo a los perros”.

X. Después del ágape.

Después de saciaros, daréis gracias de este modo:
Te damos gracias, Padre nuestro,
por tu Santo nombre,
que hiciste morar en nuestros corazones,
y por el conocimiento, la fe y la inmortalidad
que nos manifestaste
por medio de Jesús, tu siervo.
A ti sea la gloria por los siglos.
Tú, Señor omnipotente,
Creaste todas las cosas por causa de tu nombre,
Y diste a los hombres
comida y bebida para su disfrute,
a fin de que te dé gracias.
Mas a nosotros nos concediste
Comida y bebida espiritual
Y vida eterna por tu Siervo.
Ante todo, te damos gracias,
porque eres poderoso.
A ti sea la gloria por los siglos
Acuérdate, Señor, de tu Iglesia,
Para liberarla de todo mal,
Y reúnela, santificada,
De los cuatro vientos
En el reino que Tú le preparaste.
Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos.
Venga la gracias y pase este mundo.
Hosanna al dios de David.
El que sea santo, que se acerque;
El que no lo sea, que haga penitencia.
Maranathá. Amén.
A los profetas, permitidles que den gracias cuantas quieran.

La unción.

Respecto del óleo de la unción, daréis gracias de esta manera:
Te damos gracias, Padre nuestro,
Por el óleo de la unción,
que Tú nos manifestaste
por Jesucristo, tu Siervo.
A ti sea la gloria por los siglos.

XI. Apóstoles y profetas.

Así, pues, al que viniere a vosotros y os enseñare todo lo antedicho, recibidle; mas si, extraviado el maestro mismo, os enseñare otra doctrina para vuestra disolución, no la recibáis.
Al que enseñare, en cambio, para aumentar vuestra justicia y conocimiento del Señor, recibidle como al Señor.
Respecto de los apóstoles y profetas, procederéis conforme a la doctrina del Evangelio.
Todo apóstol que venga a vosotros, sea recibido como el Señor.

Alerta con los falsarios.

El Apóstol no permanecerá entre vosotros sino un solo día; si hubiere necesidad, otro más. Pero si permaneciere tres días, es un falso profeta.
Al salir de entre vosotros, el apóstol no ha de tomar nada consigo, si no fuere pan, hasta su nuevo alojamiento. Mas si pidiere dinero, es un falso profeta.

No juzgar al profeta.

No examinéis ni juzguéis a ningún profeta que habla en espíritu, porque todo pecado se perdonará, pero este pecado no se perdonará.
Sin embargo, no todo el que habla en espíritu es profeta, sino el que tuviere las costumbres del Señor.
Así, pues, por sus costumbres se conocerá el verdadero y falso profeta.

Señales de discernimiento.

Todo profeta que manda poner una mesa, no come de ella; en caso contrario, es un falso profeta.
Y si un profeta enseña la verdad, pero no cumple lo que enseña, es un falso profeta.
Todo profeta que se ha probado ser verdadero, que hace algo para el misterio mundano de la Iglesia, pero no enseña a hacer lo que él hace, no ha de ser juzgado de vosotros, pues tiene su juicio con Dios. Del mismo modo, en efecto, obraron los antiguos profetas. Mas el que dijere en espíritu: Dame dinero y otras cosas, no le escuchéis; mas si dijere que se dé para otros necesitados, que nadie le juzgue.

XII. Peregrinos y vagos

Todo el que llegare a vosotros en el nombre del Señor, sea recibido; luego, examinándole, le conoceréis —pues tenéis inteligencia— por su derecha y por su izquierda.
Si el que llega a vosotros es un caminante, ayudadle en cuanto podáis. Sin embargo, no permanecerá entre vosotros sino dos días, y si hubiere necesidad, tres. Si quiere establecerse entre vosotros y tiene un oficio, que trabaje y así se alimente.
Si no tuviere oficio, proveed conforme a vuestra prudencia para que no viva entre vosotros ningún cristiano ocioso.
Caso de que no quisiere hacerlo así, es un traficante de Cristo.

XIII. El sustento de profetas y maestros.

Todo profeta verdadero, que quiera establecerse entre vosotros, es digno de su sustento.
Igualmente, el maestro verdadero merece también, como el trabajador, que le alimentéis.
Por lo tanto, de todos los productos del lagar y de la era, de los bueyes y de las ovejas, darás las primicias a los profetas, pues ellos son vuestros sumo sacerdotes.
Si no tuvieres profeta, dádselo a los pobres.
Si amasares pan, toma las primicias y dalas conforme al mandato de la ley.
Igualmente, cuando abrieres un cántaro de vino o de aceite, toma las primicias y dalas a los profetas.
Toma de tu plata y vestidos y de toda tu riqueza las primicias que te pareciere, y dalas conforme al mandato de la ley.

XIV- El día del Señor.

Reuníos el día del Señor, partid el pan y celebrad la acción de gracias, después de haber confesado vuestros pecados, a fin de que vuestro sacrificio sea puro.
Todo el que tuviere contienda con su prójimo, no se junte con vosotros hasta tanto se hayan reconciliado, a fin de que no se profane vuestro sacrificio.
Porque éste es el sacrificio del que dijo el Señor: “En todo lugar y en todo tiempo, se me ofrece un sacrificio puro, porque Yo soy Rey grande, dice el Señor, y mi nombre es admirable entre las naciones”.

XV. Elección de obispos y diáconos.

Elegíos, pues, inspectores y ministros dignos del Señor, que sean hombres mansos, desinteresados, veraces y probados. Porque también ellos os sirven el ministerio de los profetas. No los despreséis, pues, porque ellos son los que alcanzan honor entre vosotros, juntamente con los profetas y maestros.

La corrección fraterna.

Corregíos los unos a los otros, no con ira, sino con paz, como lo tenéis en el Evangelio. Nadie hable con el que hubiere faltado contra otro, ni él oiga palabra de vosotros, hasta que se arrepienta. Vuestras oraciones, vuestras limosnas y todas las demás acciones, las haréis como lo tenéis en el Evangelio de Nuestro Señor.

XVI. Exhortación a la vigilancia.

Vigilad sobre vuestra vida; no se apaguen vuestras linternas, ni se desciñan vuestras cinturas, sino estad preparados, porque no sabéis la hora en que ha de venir vuestro Señor.
Reuníos con frecuencia y buscad lo que conviene a vuestras almas, pues de nada os aprovechará todo el tiempo de vuestra fe, si en el último momento no sois perfectos.

Los últimos tiempos.

Porque en los últimos días se multiplicarán los falsos profetas y los corruptores, y las ovejas se convertirán en lobos y el amor se convertirá en odio.
Porque, creciendo la iniquidad, los hombres se aborrecerán unos a otros y se perseguirán y traicionarán.
Y entonces aparecerá el extraviador del mundo, como hijo de Dios.
Y hará señales y prodigios
Y la tierra será entregada en sus manos,
Y cometerá crímenes
Cuales no fueron desde los siglos.
Entonces la creación de los hombres vendrá al abrasamiento del a prueba, y muchos se escandalizarán y perecerán.
Mas los que perseveraren en la fe
Se salvarán por el mismo que aquellos maldicen.

Signos finales

Y entonces aparecerán los signos de la verdad. Primeramente, el signo de la apertura en el cielo; luego, el signo de la voz de la trompeta; y el tercero, la resurrección de los muertos. Mas no de todos, sino como fue dicho: “Vendrá el Señor y todos sus ángeles con él”.
Entonces verá el mundo al Señor que viene sobre las nubes del cielo. g







[1] No obstante, Eusebio pone a la Didajé entre los escritos decididamente nothoi o espúreos, junto a Los Hechos de Pablo, el llamado Pastor, y la Epístola de Bernanbé (Historia Eclesiástica, III, 25,4). 

SANTO TEMOR DE DIOS

SANTO TEMOR DE DIOS
(Mensaje de Jesús al Padre Michelini - 10 de Diciembre de 1976)

Hijo mío, escribe,
Si Dios pudiera cambiar sus enseñanzas, no sería ya Dios; la Palabra de Dios no se muda, no cambia ni cam­biará jamás; ella es eterna como Dios. Ahora bien, Dios ha dado a los hombres una norma de vida, el mandamiento del amor, pero también ha dicho que el amor a Dios debe estar unido al Temor de Dios.
Así como el amor es un don que es preciso pedir sin interrupción, así también es un gran don el te­mor de Dios. ¡Teme al Señor que pasa! Pero los hombres de esta generación verdaderamente perversa han alterado todo e intentan demoler todo.
Del temor de Dios hoy no se habla ya, se habla del amor de Dios, pero del temor no, porque dicen que el temor no se concilia ni puede conciliarse con el amor así como encuentran inconciliable en su necedad la Justicia y la Misericordia, encuentran inconciliables el Amor y el Temor de Dios. En suma hoy se aceptan las cosas que son cómodas y se rechazan las que son incómodas.
Esta es la absurda postura que pastores, sacerdotes y cristianos han adoptado con relación a Dios y en esta absurda postura es evidente la insidia del enemigo que se propone demoler a Dios en el ánimo de los hombres, sirviéndose de la necedad de ellos mismos, demoler el edificio de la Iglesia, desmoronando piedra por piedra; ¿quién habla hoy del Temor de Dios? ¿Quién habla ya de la Justicia Divina? ¿Quién habla de la presencia de Satanás en el mundo, que con sus legiones rebeldes guía la lucha contra Dios y contra los hombres, encontrando por desgracia colaboradores entre estos últimos, aún en­tre almas consagradas no excluidos los Obispos?

Ay de aquellos que desafían la ira de Dios

Dios es terrible en su ira, ay de aquellos que desa­fían la ira de Dios guareciéndose en la cómoda concepción de que en Dios sólo hay amor y misericordia.
Muchos condenados quisieran poder volver atrás para reformar sus conceptos ahora que ven y comprenden con toda claridad el astuto engaño de Satanás y de su feroz maldad.
Hay una voluntad permisiva que explica sumamente bien la indignación del Señor por su pueblo infiel: guerras, revoluciones, epidemias, terremotos y tantas otras innumerables calamidades vienen del demonio, pero permi­tidas por Dios, por Sus providenciales y sapientísimos fines.

Los setenta años de esclavitud babilónica fueron per­mitidos por la indignación que los muchos pecados del pueblo hebreo habían provocado; la destrucción de Sodo­ma y Gomorra no fue de Dios, ningún mal viene de Dios jamás, sino siempre del infierno con la complicidad y perversión humanas. Sodoma y Gomorra y otros innumerables castigos, fueron puniciones no promovidas, sino permitidas por Dios para el arrepentimiento de los hombres. El mismo diluvio universal fue provocado por el infierno con la com­plicidad de los hombres corruptos.

El amor no puede permitir el exterminio de la humanidad

Los hombres dicen que no temen a Dios; esto es una tremenda blasfemia cuyas terribles consecuencias se purgan en esta tierra y más allá de la vida terrena como en los tiempos pasados.
Tiempos de ceguera, tiempos de oscuridad, porque son tiempos de soberbia. Este hombre, menos que gusano que se arrastra en el fango y en el polvo de la tierra, que tiene la duración de un día, osa desafiar enorgullecido por su ciencia y su tec­nología al Creador y Señor del universo. ¿Hasta cuándo, hijo mío?
Yo soy el Amor. El Amor no puede permitir el desastre de la humanidad querido por Satanás. Yo soy el Amor Eterno e inmutable, por lo que no puedo que­rer la ruina eterna de las almas.
El infierno será derrotado; mi Iglesia será regenera­da; mi reino que es reino de amor, de justicia y de paz, dará paz y justicia a esta humanidad sojuzgada por las po­tencias del infierno que mi Madre derrotará.
El sol luminosísimo resplandecerá sobre una humanidad mejor; ánimo pues, no temas a nada.
Reza y repara, ofrécete a ti mismo a Dios. Te bendigo

lunes, 16 de junio de 2014

TRES QUE ERAN UNO: DIOS

TRES QUE ERAN UNO: DIOS
Tres canales, distintos, pero con el mismo agua
Tres árboles, distintos, pero de la misma madera
Tres estrellas, distintas, pero con idéntico destello
Tres flores, distintas, pero con igual fragancia
Tres corazones, diferentes, pero con igual ritmo
Tres labios, distintos, pero con iguales palabras
¡Santísima Trinidad!

Tres mentes distintas, con un mismo pensamiento
Tres personas distintas, con igual naturaleza
Tres notas distintas, con un mismo sonido
Tres noches diferentes, con idéntica luna
Tres días distintos, con igual sol
Tres seres distintos, con una sola alma
¡Santísima Trinidad!

Sólo el amor, sólo el amor,
es capaz de ensamblar y de hacer posible
el misterio Trinitario.
Sólo, el amor, puede ser el bien
más pleno y más rico de la vivencia de la Trinidad.
¿Por qué –siendo tres personas distintas- un solo Dios?
¿Por qué –siendo nosotros tan distintos- nos sentimos como si fuésemos miles de
dioses en el mundo?
Entre otras cosas, porque nos falta lo que a Dios le sobra: el amor trinitario


Javier Leoz

NO DEJES DE SALIR… SEÑOR


Porque, sin Ti, el mundo se enfría
y son otros los que, sin Ti, les dan un engañoso calor
Porque, sin Ti, el hombre se envilece
y convertimos este viejo paraíso en contienda entre el bien y el mal.
Porque, sin Ti, olvidamos que el amor es fuente de felicidad
y buscamos, en lo efímero, una alegría que es simple disfraz.
Porque, sin Ti, nuestra tierra es huérfana
vacía de sentimientos y exenta de esperanza.
 
No dejes de salir, ni un solo año, Señor:
Porque seguimos necesitando tu pan multiplicado
para saciarnos y, luego, repartirlo a los hermanos
Porque somos tan débiles como ayer
y, al contemplarte, queremos recuperar la fuerza del creer
Porque, nuestros pecados, pueden a veces con la virtud
y, en esos pecados, viene escondido aquello que no es luz.
Porque, nuestras almas, se llenan de trastos inservibles
no permitiendo que, Tú, habites y reines en nuestro interior.
 
No dejes de salir, en el Corpus, Señor:
Y, si ves que me nos he alejado de ti,
que seas un imán que nos atraigas hacia la fuente de la verdad
Y, si ves que te hemos dado la espalda,
alcánzanos de frente para nunca más olvidarte
Y, si ves que hemos perdido el apetito de lo divino,
acércanos el cáliz de tu amor y de tu perdón.
Sí, Señor; ¡no dejes de salir en custodia!
Deja, que nos arrodillemos ante Ti
al igual que, Tú, lo hiciste ante nosotros en Jueves Santo
Consiente, que te hablemos al corazón de la Custodia
al igual que, Tú, lo hiciste en cada uno de los nuestros
Que presentemos al mundo este manjar
con la misma pasión y fuerza,
con la que Tú, nos lo dejaste en sencilla mesa
De, que nos miremos los unos a los otros
para cantar contemplando este Misterio.
 
¡No dejes de salir, Señor!
Que nadie ocupe el lugar que te corresponde en el mundo
Que nadie turbe la paz y la calma del día del Corpus
Que nadie, creyéndose rey, se sienta más importante
Que Aquel otro, que siéndolo, se hace una vez más siervo.
¡No dejes de salir, Señor!
Aquí tienes nuestros corazones: haz de ellos una patena
Aquí tienes nuestras mentes: haz de ellas un altavoz
Aquí tienes nuestras manos: haz de ellas una carroza
Aquí tienes nuestros ojos: haz de ellos dos diamantes
Aquí tienes nuestras almas: haz de ellas el oro de tu custodia
Aquí tienes nuestros cuerpos: haz de ellos las más auténticas
custodias que nunca se cansen de anunciar por todo el mundo
que sigues viviendo y permaneciendo eternamente presente
en el gran milagro de la EUCARISTIA.
 
¡No dejes de salir, Señor! ¿Nos dejas acompañarte? En este Año de la Fe: CREEMOS EN TI, ESPERAMOS EN TI Y QUEREMOS VIVIR EN TI

Relatos de Ana Catalina Emmerich





En los escritos de Brentano, Sor Ana Catalina Emmerich refirió lo siguiente:

Después de la Muerte, Resurrección y Ascensión de nuestro Señor, María vivió algunos años en Jerusalén, tres en Betania y nueve en Éfeso. En esta última ciudad, la Virgen habitaba sola y con una mujer más joven que la servía y que iba a buscar los escasos alimentos que necesitaban. Vivían en el silencio y en una paz profunda. No había hombres en la casa y a veces algún discípulo que andaba de viaje, venía a visitarla. Ví entrar y salir frecuentemente a un hombre, que siempre he creído que era San Juan; mas ni en Jerusalén ni en Efeso demoraba mucho en la vecindad; iba y venía. La Sma. Virgen se hallaba
más silenciosa y ensimismada en los últimos años de su vida; ya casi no tomaba alimento, parecía que solo su cuerpo estaba en la Tierra y que su Espíritu se hallaba en otra parte. Desde la Ascensión de Jesús todo su ser expresaba un anhelo siempre creciente y que la consumía más y más. En cierta ocasión Juan y la Virgen se retiraron al Oratorio, ésta tiró un cordón y el Tabernáculo giró y se mostró la Cruz; después de haber orado los dos cierto tiempo de rodillas, Juan se levantó, extrajo de su pecho una caja de metal, la abrió por un lado, tomó un envoltorio de lana finísima sin teñir y de éste un lienzo blanco doblado y sacó el Santísimo Sacramento en forma de una partícula blanca cuadrada. Enseguida pronunció ciertas palabras en tono grave y solemne, entonces dio la
Eucaristía a la Santa Virgen. A alguna distancia detrás de la casa, en el camino que lleva a la cumbre de la montaña, la Santa Virgen había dispuesto una especie de Camino de la Cruz o Vía Crucis. Cuando habitaba en Jerusalén, jamás había cesado de andar la Vía Dolorosa y de regar con sus lágrimas los sitios donde El había sufrido. Tenía medido paso por paso todos los intervalos y su amor se alimentaba con la contemplación incesante de aquella marcha tan penosa. Poco tiempo después de llegar a Efeso la vi a entregarse diariamente a meditar la Pasión, siguiendo el camino que iba a la cúspide de la montaña. Al principio hacía sola esta marcha y según el número de pasos tantas veces contados por Ella, medía las distancias entre los diversos lugares en que se había verificado algún especial incidente de la Pasión del Salvador. En cada uno de los sitios, erigía una piedra o si se encontraba allí un árbol, hacía en él una señal. El camino conducía a un bosque donde un montecillo representaba el Calvario, lugar del sacrificio y una pequeña gruta el Santo Sepulcro.
Cuando María hubo dividido en doce Estaciones el Camino de la Cruz, lo recorrió con su sirvienta sumida en contemplación. Separaba en cada lugar que recordaba un episodio de la Pasión, meditaba sobre él, daba gracias al Señor por su amor y la Virgen derramaba lágrimas de compasión. Después de tres años de residencia en Efeso, María tuvo gran deseo de volver a Jerusalén ; la acompañaron Juan y Pedro y creo que muchos apóstoles se hallaban allí reunidos. A la llegada de María y de los apóstoles en Jerusalén, los vi que antes de entrar en la ciudad, visitaron el Huerto de los Olivos, el Monte Calvario, el Santo Sepulcro y todos los Santos Lugares en torno a Jerusalén. La madre de Dios se hallaba tan enternecida y llena de compasión, que apenas podía ponerse de pié, Juan y Pedro la conducían sosteniéndola de los brazos. Pasado algún tiempo, María regresó a su morada de Efeso en compañía de San Juan. A pesar de su avanzada edad, la Santa Virgen no manifestaba otras señales de vejez que la expresión del ardiente deseo que la consumía y la
impulsaba en cierto modo a su transfiguración. Tenía una gravedad inefable, jamás la vi reírse, únicamente sonreírse con cierto aire arrebatador.
Mientras más avanzada en años, su rostro se ponía más blanco y diáfano. Estaba flaca pero sin arrugas, ni otro signo de decrepitud, había llegado a ser un puro Espíritu. Por último llegó para la Madre de Jesús, la hora de abandonar este mundo y unirse a su Divino Hijo. En su alcoba encortinada de blanco, la vi
tendida sobre una cama baja y estrecha; su cabeza reposaba sobre un cojín redondo. Se hallaba pálida y devorada por un deseo vehemente. Un largo lienzo
cubría su cabeza y todo su cuerpo, y encima había un cobertor de lana obscura. Pasado algún tiempo, vi también mucha tristeza e inquietud en casa de la Santa Virgen. La sirvienta estaba en extremo afligida, se arrodillaba con frecuencia en diversos lugares de la casa y oraba con los brazos extendidos y sus ojos inundados de lágrimas. La Santa Virgen reposaba tranquila en su camastro, parecía ya llegado el momento de su muerte. Estaba envuelta en un vestido de noche y su velo se hallaba recogido en cuadro sobre su frente, solo lo bajaba sobre su rostro cuando hablaba con los hombres. Nada le vi tomar
en los últimos días, sino de tiempo en tiempo una cucharada de un jugo que la sirvienta exprimía de ciertas frutas amarillas dispuestas en racimos.
Cuando la Virgen conoció que se acercaba la hora, quiso conforme a la Voluntad de Dios, bendecir a los que se hallaban presentes y despedirse de ellos. Su dormitorio estaba descubierto y Ella se sentó en la cama, su rostro se mostraba blanco, resplandeciente y como enteramente iluminado. Todos los amigos asistentes se hallaban en la parte anterior de la sala.
Primero entraron los Apóstoles, se aproximaron uno en pos del otro al dormitorio de María y se arrodillaron junto a su cama. Ella bendijo a cada uno de ellos, cruzando las manos sobre sus cabezas y tocándoles ligeramente las frentes. A todos habló e hizo cuanto Jesús le hubo ordenado. Ella habló a Juan de las disposiciones que debería de tomar para su sepultura, y le encargó que diese sus vestidos a su sirvienta y a otra mujer pobre que solía venir a servirla. Tras de los Apóstoles, se acercaron los discípulos al lecho de María y recibieron de ésta su bendición, lo mismo hicieron las mujeres. Vi que una de ellas se inclinó sobre María y que la Virgen la abrazó. Los Apóstoles habían formado un altar en el Oratorio que estaba cerca del lecho de Santa Virgen.
La sirvienta había traído una mesa cubierta de blanco y de rojo, sobre la cual brillaban lámparas y cirios encendidos. María, pálida y silenciosa, miraba fijamente el cielo, a nadie hablaba y parecía arrobada en éxtasis. Estaba iluminada por el deseo, yo también me sentí impelida de aquel anhelo que la sacaba de sí. ¡Ah! Mi corazón quería volar a Dios juntamente con el de Ella. Pedro se acercó a Ella y le administró la Extremaunción, poco mas o menos como se hace en el presente, enseguida le presentó el Santísimo Sacramento. La Madre de Dios se enderezó para recibirlo y después cayó sobre su almohada. Los Apóstoles oraron por algún tiempo, María se volvió a enderezar y recibió la sangre del Cáliz que le presentó Juan. En el momento en que la Virgen recibió la Sagrada Eucaristía, vi que una luz resplandeciente entraba en Ella y que la sumergía en éxtasis profundo. El rostro de María estaba fresco y risueño como en su edad florida. Sus ojos llenos de alegría miraban al Cielo. Entonces vi un cuadro conmovedor; el techo de la alcoba de María había desaparecido y a través del cielo abierto, vi la Jerusalén Celestial. De allí bajaban dos nubes brillantes en la que se veían innumerables ángeles, entre los cuales llegaban hasta la Santísima Virgen una vía luminosa. La Santa Virgen extendió los brazos hacia ella con un deseo inmenso, y su cuerpo elevado en el aire, se mecía sobre la cama de manera que se divisaba espacio entre el cuerpo y el lecho. Desde María vi algo como una montaña esplendorosa elevarse hasta la Jerusalén Celestial; creo que era su Alma porque vi más claro entonces una figura brillante infinitamente pura que salía de su cuerpo y se elevaba por la Vía Luminosa que iba hasta el Cielo. Los dos coros de ángeles que estaban en las nubes, se reunieron más abajo de su Alma y la separaron de su cuerpo, el cual en el momento de la separación, cayó sobre la cama con los brazos cruzados sobre el pecho. Mis abiertos ojos que seguían el Alma purísima e inmaculada de María, la vieron entrar en la Jerusalén Celestial y llegar al Trono de la Santísima Trinidad. Vi un gran número de almas entre las cuales reconocí a los Santos Joaquín y Ana, José, Isabel, Zacarías y Juan Bautista venir al encuentro de María con un júbilo respetuoso. Ella tomó su vuelo al través de ellos hasta el Trono de Dios y de su Hijo, quien haciendo brillar sobre todo lo
demás la Luz que salía de sus llagas, la recibió con un Amor todo Divino, la presentó como un cetro y le mostró la Tierra bajo sus pies como si confiriese sobre Ella algún Poder Celestial. Así la vi entrar en la Gloria y olvidé todo lo que pasaba en torno de María sobre la Tierra. Después de ésta visión, cuando miré otra vez a la Tierra, vi resplandeciente el cuerpo de la Sma. Virgen. Reposaba sobre el lecho, con el rostro luminoso, los ojos cerrados y los brazos cruzados sobre su pecho. Los Apóstoles, discípulos y santas mujeres, estaban arrodillados y oraban en derredor del cuerpo. Después vi que las santas mujeres extendieron un lienzo sobre el Santo Cuerpo y los Apóstoles con los discípulos se retiraron en la parte anterior de la casa. Las mujeres se cubrieron con sus vestidos y sus velos, se sentaron en el suelo y ya arrodilladas o sentadas, cantaban fúnebres lamentaciones. Los Apóstoles y los discípulos se taparon la cabeza con la banda de tela que llevaban alrededor del cuello y celebraron un oficio funerario; dos de ellos oraban siempre alternativamente a la cabeza y a los pies del Santo Cuerpo. Luego las mujeres quitaron de la cama el Santo Cuerpo con todos sus vestidos y lo pusieron en una larga canasta llena de gruesas coberturas y de esteras, de suerte que estaba como levantado sobre la canasta.
Entonces dos de ellas pusieron un gran paño extendido sobre el cuerpo y otras dos la desnudaron bajo el lienzo, dejándole solo su larga túnica de lana. Cortaron también los bellos bucles de los cabellos de la Santa Virgen y los conservaron como recuerdo.
Enseguida el santo Cuerpo fue revestido de un nuevo ropaje abierto y después por medio de lienzos puestos debajo, fue depositado respetuosamente sobre una mesa y sobre la cual se habían colocado ya los paños mortuorios y las bandas que se debían de usar. Envolvieron entonces el Santo Cuerpo con los lienzos desde los tobillos hasta el pecho y lo apretaron fuertemente con las fajas. La cabeza, las manos y los pies, no fueron envueltos de esa manera; enseguida depositaron el Cuerpo Santo en el ataúd y lo colocaron sobre el pecho una Corona de flores blancas, encarnadas y celestes como emblema de su Virginidad. Entonces los Apóstoles, los discípulos y todos los asistentes, entraron para ver otra vez antes de ser cubierto el Santo Rostro que les era tan amado. Se arrodillaron y lloraron alrededor del Santo Cuerpo, todos tocaron las manos atadas de Nuestra Madre Maria como para despedirse y se retiraron. Las mujeres le dieron también los últimos adioses, le cubrieron el rostro, pusieron la tapa en el ataúd y le clavaron fajas de tela gris en el centro y en las extremidades. Enseguida colocaron el ataúd en unas andas, Pedro y Juan lo condujeron en hombros fuera de la casa. Creo que se relevaban sucesivamente, porque más tarde vi que el féretro era llevado por seis Apóstoles. Llegados a la sepultura, pusieron el Santo Cuerpo en tierra y cuatro de ellos, lo llevaron a la caverna y lo depositaron en la excavación que debía de servirle de lecho sepulcral. Todos los asistentes entraron allí uno por uno, esparcieron aromas y flores en contorno, se arrodillaron orando y vertiendo lágrimas y luego se retiraron.


Por la noche muchos Apóstoles y santas mujeres, oraban y cantaban cánticos en el jardincito delante de la tumba. Entonces me fue mostrado un cuadro maravillosamente conmovedor: Vi que una muy ancha vía luminosa bajaba del cielo hacia el sepulcro y que allí se movía un resplandor formado de tres esferas llenas de ángeles y de almas bienaventuradas que rodeaban a Nuestro Señor y el Alma resplandeciente de María. La figura de Jesucristo con sus rayos que salían de sus cicatrices, ondeaban delante de la Virgen. En torno del Alma de María, vi en la esfera interior, pequeñas figuras de niños, en la segunda, había niños como de seis años y en la tercera exterior, adolescentes o jóvenes; no vi distintamente más que sus rostros; todo lo demás se me presentó como figuras luminosas resplandecientes. Cuando ésta visión que se me hacía cada vez más y más distinta hubo llegado a la tumba, vi una vía luminosa que se extendía desde allí hasta la Jerusalén Celestial. Entonces el Alma de la Santísima Virgen que seguía a Jesús, descendió a la tumba a través de la roca y luego uniéndose a su Cuerpo que se había transfigurado, clara y brillante se elevó María acompañado de su Divino Hijo y el coro de los Espíritus Bienaventurados hacia la Celestial Jerusalén. Toda esa Luz se perdió allí, ya no
vi sobre la Tierra más que la bóveda silenciosa del estrellado Cielo.
Como Santo Tomás no llegó a tiempo a despedirse de la Madre y tampoco pudo asistir al Santo Entierro; él tenía en su mente y corazón, llegar a tiempo. Pero al enterarse del desenlace por medio de los demás Apóstoles, él se puso triste y lloroso y se lamentaba no haber llegado a tiempo. El, interiormente tenía el deseo vehemente de verla por última vez y así se los hizo saber a los demás. Ya habían pasado varios días de lo del entierro; todos querían volver al Sepulcro y acceder a la petición de Tomás. Tomaron una resolución y al día siguiente muy de mañana, emprendieron el camino al Sepulcro de Nuestra Santa Madre. Estando enfrente del Sepulcro, quitaron la piedra-sello de la entrada y ¡Oh! Maravilla de Maravillas, de la bóveda salía un suave aroma de perfume de Rosas frescas; todos al sentir ese perfume, se sintieron conmovidos y perplejos; se miraron unos a otros preguntándose en silencio, con la mirada y con señas en las manos: “¿Entramos?” y aún mirándose entre ellos, todos asintieron con la cabeza y traspasando la bóveda, entraron al Santo Sepulcro hacia el sitio donde depositaron el ataúd que contenía el Cuerpo Santísimo de la Virgen María y más enorme fue la emoción y sorpresa entre ellos al ver que en el sitio solo habían Rosas frescas, fragantes y olorosas y significaban que el Señor había venido a buscar a su Santísima Madre para llevarla a su Gloria Celestial y Su Cuerpo no sufra la corrupción.


domingo, 1 de junio de 2014

¡Marcha, Señor!

¡MARCHA, SEÑOR, PERO ACOMPÁÑANOS!

Oh, Señor, gracias por tus palabras que nos dieron vida
y por tu mano que nos regalaron la salud
Oh, Señor, gracias por tus gestos
que nos hicieron pensar en la Salvación de Dios
y, por tus ojos, que nos llevaron a rumiar en lo eterno
Gracias, Señor, por tus caminos
que nos hicieron abandonar los nuestros
egoístas y perdidos en sí mismos
o colapsados del polvo, mentira y tristeza
Después de tu tiempo, marcha Señor hacia el cielo
pero, desde las alturas, no dejes de guiarnos.
Que, nuestras voces, necesitarán de tu voz
que, nuestros pies, pedirán impulso de tu Espíritu
que, nuestro corazón, reclamará amor de tu Amor.
¡MARCHA, SEÑOR, PERO ACOMPÁÑANOS!
Que, en tu Ascensión, queremos agarrarnos nosotros
para compartir y ansiar la eternidad
Que, en tu Ascensión, nos dejas pistas y senderos
que conducen hacia esa Ciudad de Dios
Que, después de tu trabajo valiente y sincero
mereces ser coronado y festejado
en ese lugar cerca del Padre, en estancia feliz del cielo
¡MARCHA, SEÑOR, PERO ACOMPÁÑANOS!
Que, sin tu mirada, nuestras miradas caerán hacia el suelo
Que, sin tu mano, nuestros ideales se cruzarán de brazos
Que, sin tus palabras, nuestros labios se cerrarán en dique seco
Que, sin tu corazón, nuestros amores serán necios o mezquinos
¡MARCHA, SEÑOR, PERO ACOMPÁÑANOS!
No te decimos, Señor, adiós sino ¡hasta pronto!
Porque, bien sabemos, amigo y Señor,
que todo lo que dices o prometes, siempre cumples
Que, tarde o temprano, de mañana o en la oscura noche
vendrás, regresarás en definitiva vuelta hasta nosotros
para que se cumpla, de una vez para siempre,
la Salvación que todos creemos, rezamos, añoramos y esperamos.
Amén.
¡MARCHA, SEÑOR, PERO NO TE OLVIDES DE NOSOTROS!

P. Javier Leoz