Ayer miércoles de ceniza comenzó la Cuaresma. Me preguntaban
que significaba para los católicos: “Oficialmente, la Cuaresma comienza el
Miércoles de Ceniza y termina justo antes de la “Misa de la Cena del Señor” en
la tarde del Jueves Santo. La duración de cuarenta días proviene de varias
referencias bíblicas y simboliza la prueba de Jesús al vivir durante 40
días en el desierto previos a su misión pública.”
He encontrado en los libros de María Valtorta “El Evangelio
tal como me ha sido revelado” lo que Jesús vivió durante esos 40 días en el
desierto:
“Ante mí la soledad pedregosa que había contemplado a mi
izquierda en la visión del bautismo de Jesús en el Jordán.
Pero debo haberme adentrado mucho en ella, porque no veo en
absoluto el hermoso río lento y azul, ni la vena de hierba que
sigue su curso por las dos orillas, como alimentada por aquella arteria de
agua. Aquí, sólo soledad, pedruscos, tierra tan abrasada, que ha quedado
reducida a polvo amarillento que de vez en cuando el viento levanta en pequeños
remolinos que parecen hálito de boca febril por lo seco y calientes que
están; muy molestos por el polvo que con ellos penetra en la nariz y en la
faringe. Muy raros, algún pequeño matorral espinoso, que ha resistido — quién
sabe por qué — en aquella desolación:
parecen los restos de mechones de cabellos en la cabeza de un calvo. Arriba, un
cielo despiadadamente azul; abajo, el terreno árido; en torno, rocas y
silencio. Esto es lo que veo, por lo que a la naturaleza se refiere.
Apoyado en una roca que, por su forma, crea una covacha, y
sentado en una piedra que ha sido arrastrada hasta la oquedad, está Jesús.
Se resguarda así del sol ardiente. Y el interno consejero me indica que esa
piedra, en la que ahora está sentado, es también su reclinatorio y su almohada
cuando descansa breves horas envuelto en su manto bajo la luz de
las estrellas y el aire frío de la noche. Ahí cerca está la bolsa que le
vi tomar antes de salir de Nazaret: todo su haber; por lo flácida que
aparece, comprendo que está vacía de la poca comida que en ella había puesto
María.
Jesús está muy delgado y pálido. Está sentado, con los codos
apoyados en las rodillas y los antebrazos hacia fuera, con las manos
unidas y entrelazadas por los dedos. Medita. De vez en cuando, levanta la
mirada y la dirige a su alrededor y mira al Sol, que está alto, casi a
plomada, en el cielo azul. De vez en cuando, y especialmente después de dirigir
la mirada en torno a sí y alzarla hacia la luz solar, como con vértigo,
cierra los ojos y se apoya en la peña que le sirve de cobijo. Veo aparecer
el feo hocico de Satanás. No se presenta de la forma con que nos lo imaginamos:
con cuernos, rabo, etc. Parece un beduino envuelto en su vestido y en su
gran manto, que se asemeja a un disfraz de dominó. En la cabeza, el turbante,
cuyas faldas blancas caen sobre los hombros y a ambos lados de la cara para
protegerlos. De manera que, de la cara, puede verse un pequeño triángulo
muy moreno, de labios delgados y sinuosos, de ojos negrísimos y hundidos,
llenos de destellos magnéticos. Dos pupilas que te leen en el fondo del
corazón, pero en las que no lees nada o una sola palabra: misterio.
Lo opuesto del ojo de Jesús, también muy magnético y
fascinante, que te lee en el corazón, pero en el que tú lees también que
en su corazón hay amor y bondad hacia ti. El ojo de Jesús es una caricia en el
alma. Este es como un doble puñal que te perfora y quema. Se acerca a
Jesús:
-¿Estás sólo?
Jesús lo mira y no responde.
-¿Cómo es que estás aquí? ¿Te has perdido?.
Jesús vuelve a mirarlo y calla.
- Si tuviera agua en la cantimplora, te la daría, pero yo también estoy sin
ella. Se me ha muerto el caballo y me dirijo a pie al vado. Allí beberé y
encontraré a alguien que me dé un pan. Sé el camino. Ven conmigo. Te guiaré.
Jesús ya ni siquiera alza los ojos.
-¿No respondes? ¿Sabes que si te quedas aquí mueres? Ya se levanta el viento.
Va a haber tormenta. Ven».
Jesús aprieta las manos en muda oración.
-¡Ah, entonces eres Tú! ¡Hace mucho que te busco! Y hace mucho que te vengo
observando. Desde el momento en que fuiste bautizado. ¿Llamas al Eterno?
Está lejos. Ahora estás en la tierra, entre los hombres. Y sobre los hombres
reino yo. Pero, me das pena y quiero ayudarte, porque eres bueno y has
venido a sacrificarte por nada. Los hombres te odiarán por tu bondad.
No entienden más que de oro, comida y sensualidad. Sacrificio, dolor,
obediencia, son para ellos palabras más muertas que esta tierra que
tenemos a nuestro alrededor. Son aún más áridos que este polvo. Sólo la
serpiente y el chacal pueden esconderse aquí, esperando morder o
despedazar a alguno. Vámonos. No merece la pena sufrir por ellos. Los conozco
más que Tú.
Satanás se ha sentado frente a Jesús, lo escudriña con su mirada tremenda y
sonríe con su boca de serpiente. Jesús
sigue callado y ora mentalmente.
Tú desconfías de mí. Haces mal. Yo soy la sabiduría de la Tierra. Puedo ser
maestro tuyo para enseñarte a triunfar. Mira:
lo importante es triunfar. Luego, cuando uno se ha impuesto, cuando ha
engatusado al mundo, puede conducir a éste a donde quiera. Pero primero
hay que ser como les gusta a ellos, como ellos. Seducirlos haciéndoles creer
que los admiramos y seguimos su pensamiento.
Eres joven y atractivo. Empieza por la mujer, Siempre se debe comenzar por
ella. Yo me equivoqué induciendo a la mujer a la desobediencia. Debería
haberla aconsejado de otra forma. Habría hecho de ella un instrumento mejor y
habría vencido a Dios. Actué precipitadamente. ¡Pero Tú…! Yo te enseño
porque un día deposité en tí mi mirada con júbilo angélico y aún me queda
un resto de aquel amor, escúchame y usa mi experiencia: búscate una compañera.
Adonde Tú no llegues, ella llegará. Eres el nuevo Adán, debes tener tu
Eva.
Además, ¿cómo podrás comprender y curar las enfermedades de la sensualidad si
no sabes lo que son? ¿No sabes que es ahí donde está el núcleo del que
nace la planta de la codicia y del afán de poder? ¿Por qué el hombre quiere
reinar? ¿Por qué quiere ser rico, potente? Para poseer a la mujer. Ésta es
como la alondra. Tiene necesidad de algo que brille para sentirse atraída.
El oro y el poder son las dos caras del espejo que atraen a las mujeres y las
causas del mal en el mundo. Mira: detrás de mil delitos de distinta
naturaleza, hay al menos novecientos que tienen raíz en el hambre de posesión
de la mujer o en la voluntad de una mujer consumida por un deseo que el
hombre aún no satisface, o ya no satisface. Ve a la mujer, si
quieres saber qué es la vida. Sólo después sabrás atender y curar los
males de la Humanidad.
¡Es bonita la mujer! No hay nada más hermoso en el mundo. El hombre tiene el
pensamiento y la fuerza. ¡Pero la mujer!… Su pensamiento es un perfume, su
contacto es caricia de flores, su gracia es como vino que entra, su debilidad
es como madeja de seda o rizo de niño en las manos del hombre, su caricia
es fuerza que se vierte en la nuestra y la enciende. El dolor, la fatiga,
la aflicción, quedan anulados cuando se está junto a una mujer y ella entre
nuestros brazos como un ramo de flores.
Pero, ¡qué tonto soy! Tú tienes hambre y te hablo de la mujer.
Tu vigor está exhausto Por ello, esta fragancia de la Tierra, esta flor de
la creación, este fruto que da y suscita amor, te parece sin importancia. Pero,
mira estas piedras: ¡qué redondeadas son y qué pulidas están, doradas bajo
el Sol que cae!; ¿no parecen panes? Tú, Hijo de Dios, no tienes más que
decir ”quiero”, para que se transformen en oloroso pan como el que ahora
están sacando del horno las amas de casa para la cena de sus familiares. Y
estas acacias tan secas, si Tú quieres, ¿no pueden llenarse de dulces pomos, de
dátiles de miel?
¡Sáciate, oh Hijo de Dios! Tú eres el Dueño de la
Tierra. Ella se inclina para ponerse a tus pies y quitarte el hambre.
¿Ves cómo te pones pálido y te tambaleas con solo oír
nombrar el pan? ¡Pobre Jesús! ¿Estás tan débil, que ya no puedes ni
siquiera dominar el milagro? ¿Quieres que lo haga yo en tu lugar? No estoy a tu
altura, pero algo puedo. Me quedaré falto de fuerzas durante un año, las
reuniré todas, pero te quiero servir porque Tú eres bueno y siempre me acuerdo
que eres mi Dios, aunque me haya hecho indigno de llamarte tal. Ayúdame
con tu oración para que pueda….
- Calla. No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que viene de Dios.
El demonio siente una sacudida de rabia. Le rechinan los dientes y aprieta los
puños; de todas formas, se contiene y transforma su mueca en sonrisa.
- Comprendo, Tú estás por encima de las necesidades de la Tierra y te da
repugnancia el servirte de mí. Me lo he merecido. ‘Ven, entonces, y ve lo
que hay en la Casa de Dios, ve cómo incluso los sacerdotes no rehúsan hacer
transacciones entre el espíritu y la carne; porque, al fin y al cabo, son
hombres y no ángeles. Cumple un milagro espiritual. Yo te llevo
al pináculo del Templo, Tú transfigúrate en belleza allí arriba, y luego
llama a las cohortes de ángeles y di que hagan de sus alas entrelazadas
alfombra para tus pies y te porten así al patio principal. Que te vean y se
acuerden de que Dios existe. De vez en
cuando es necesario manifestarse, porque el hombre tiene una memoria muy
frágil, especialmente en lo espiritual. Tú sabes qué dichosos se sentirán
los ángeles de proteger tu pie y servirte de escalera cuando bajes.
-”No tientes al Señor tu Dios”, está escrito.
- Comprendes que tu aparición tampoco mudaría las cosas y
el Templo continuaría siendo un mercado y un lugar de corrupción. Tu
divina sabiduría sabe que los corazones de los ministros del Templo son un nido
de víboras, que se devoran, y devoran, con tal de aumentar su poder. Sólo los doma el poder humano.
Ven entonces. Adórame. Yo te daré la Tierra. Alejandro, Ciro, Cesar, todos los
mayores dominadores pasados o vivos serán semejantes a jefes de mezquinas
caravanas respecto a tí, que tendrás a todos los reinos de la Tierra bajo tu
cetro, y con los reinos todas las riquezas, todas las cosas bellas de la
tierra, y mujeres y caballos y soldados y templos. Podrás poner en alto
en todas partes tu Signo, cuando seas Rey de los reyes y Señor del mundo.
Entonces te obedecerá y venerará el pueblo y el sacerdocio. Todas las
castas te honrarán y servirán, porque serás el Poderoso, el Único, el Señor.
¡Adórame aunque sólo sea un momento! ¡Quítame esta sed
que tengo de ser adorado! Es la que me ha perdido, pero ha quedado en mí y
me quema. Las llamaradas del infierno son aire fresco de la mañana respecto a
este ardor que me quema por dentro. Es mi infierno, esta sed. ¡Un momento,
un momento sólo, Cristo, Tú que eres bueno! ¡Un momento, aunque sólo sea,
de gozo, al eterno Atormentado! Hazme sentir lo que quiere decir ser dios, y me
tendrás devoto, obediente como siervo, durante toda la vida, en todas tus
empresas. ¡Un momento! ¡Un solo momento, y no te atormentaré más!
Satanás cae de rodillas, suplicando.
Jesús, por el contrario, se ha levantado. Ha adelgazado
en estos días de ayuno y parece aún más alto. Su rostro tiene un terrible
aspecto de severidad y potencia, sus ojos son dos zafiros abrasadores, su voz
es un trueno que resuena en la oquedad de la roca y se esparce por el pedregal y el llano desolado cuando dice:
- Vete, Satanás. Está escrito: “Adorarás al Señor tu Dios
y a Él sólo servirás”.
Satanás, con un alarido de condenado desgarro y de odio
indescriptible, sale corriendo (tremendo ver su furiosa, humeante
persona). Y desaparece con un nuevo alarido de maldición.
Jesús se sienta cansado, apoyando hacia atrás la cabeza contra la roca. Parece
exhausto. Suda. Pero seres angélicos vienen a mover suavemente el aire con
sus alas en el ambiente de bochorno de la cueva, purificándolo y refrescándolo.
Jesús abre los ojos y sonríe. No lo veo comer. Yo diría que se nutre del
aroma del Paraíso, obteniendo así nuevas fuerzas.
El Sol desaparece por el poniente. Jesús toma su vacío talego y, acompañado por
los ángeles que producen una tenue luz suspendidos sobre su cabeza
mientras la noche cae rapidísima, se dirige hacia el este, mejor dicho, hacia
el nordeste. Ha recuperado su expresión habitual, el paso seguro. Sólo
queda, como recuerdo del largo ayuno, un aspecto más ascético en su rostro
delgado y pálido y en sus ojos, absortos en una alegría que no es de esta
Tierra.
Dice Jesús (a María Valtorta):
- Ayer estabas sin tu fuerza, que es mi voluntad; eras, por tanto, un ser
semivivo. He permitido reposar a tus miembros, te he sometido al único
ayuno que te pesa: el de mi palabra. ¡Pobre María! Has pasado el Miércoles de
Ceniza. En todo sentías el sabor de la ceniza, porque estabas sin tu
Maestro. No se me sentía, pero estaba. Esta mañana, puesto que el ansia es
recíproca, te he susurrado en tu duermevela: “Agnus Dei qui tollis peccata
mundi, dona nobis pacem” (Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo,
danos la paz), y te lo he hecho repetir muchas veces y muchas te lo he
repetido. Has creído que iba a hablar sobre esto. No. Primero estaba el punto
que te he mostrado y que te voy a comentar. Luego, esta noche, te ilustro
este otro.
Has visto que Satanás se presenta siempre con apariencia benévola, con aspecto
común. Si las almas están atentas y, sobre todo, en contacto espiritual
con Dios, advierten ese aviso que las hace cautelosas y las dispone a combatir
las insidias demoníacas. Pero si las almas no están atentas a lo divino,
separadas por una carnalidad oprimente y ensordecedora, sin la ayuda de la
oración que une a Dios y vierte su fuerza como por un canal en el corazón del
hombre, entonces difícilmente se dan cuenta de la celada, y caen en ella,
y luego es muy difícil liberarse.
Las dos vías más comunes que Satanás toma para llegar a
las almas son la sensualidad y la gula. Empieza siempre por la materia;
una vez que la ha desmantelado y subyugado, pasa a atacar a la parte superior:
primero, lo moral (el pensamiento con sus soberbias y deseos
desenfrenados); después, el espíritu, quitándole no sólo el amor — que ya no
existe cuando el hombre ha substituido el amor divino por otros amores
humanos — sino también el temor de Dios. Es entonces cuando el hombre
se abandona en cuerpo y alma a Satanás, con tal de llegar a gozar de lo
que desea, de gozar cada vez más.
Has visto cómo me he comportado Yo. Silencio y oración.
Silencio. Efectivamente, si Satanás lleva a cabo su obra de seductor y se
nos acerca, se le debe soportar sin impaciencias necias ni miedos mezquinos.
Pero reaccionar: ante su presencia, con entereza; ante su seducción, con
la oración.
Es inútil discutir con Satanás. Vencería él, porque es
fuerte en su dialéctica. Sólo Dios puede vencerlo. Entonces, recurrir a
Dios, que hable por nosotros, a través de nosotros. Mostrar a Satanás ese
Nombre y ese Signo, no tanto escritos en un papel o grabados en un trozo
de madera, cuanto escritos y grabados en el corazón. Mi Nombre, mi Signo.
Rebatir a Satanás únicamente cuando insinúa que es como Dios, rebatirle
usando la palabra de Dios; no la soporta.
Luego, después de la lucha, viene la victoria, y los
ángeles sirven y defienden del odio de Satanás al vencedor; lo confortan
con los rocíos celestes, con la gracia que vierten a manos llenas en el corazón
del hijo fiel, con la bendición que acaricia al espíritu.
Hace falta tener la voluntad de vencer a Satanás, y fe en Dios y en su ayuda;
fe en la fuerza de la oración y en la bondad del Señor. En ese caso
Satanás no puede causar ningún daño.”