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Mensaje de María
Reina de la Paz en Medjugorje del 2 de febrero de 2012
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Veinticinco mil personas estaban presentes en el estadio
de Nápoles, donde Mirjana recibió su aparición. Ya desde las tres de la
madrugada comenzaron a llegar multitudes para la aparición, que tuvo lugar a las
nueve menos cuarto. Venían de todas partes de Italia, a pesar de la nieve y el
mal tiempo desatado sobre la península. Antes de la aparición fue celebrada la
Santa Misa con la participación de más de sesenta sacerdotes. A continuación el
mensaje dado por la Virgen:
Queridos hijos, estoy con ustedes desde hace ya mucho tiempo y desde entonces les estoy mostrando la presencia de Dios y su ilimitado amor, que deseo que ustedes conozcan. Pero, ustedes, ¡hijos míos!, aún están ciegos y sordos; mientras miran el mundo que los rodea no quieren ver hacia dónde está yendo sin mi Hijo. Están renunciando a Él, pero Él es la fuente de todas las gracias. En tanto les hablo me oyen pero sus corazones están cerrados y no me escuchan. No están rezando al Espíritu Santo para que los ilumine. Hijos míos, está reinando la soberbia. Yo les indico la humildad. Recuerden, hijos míos, sólo un alma humilde brilla de pureza y de belleza, porque ha conocido el amor de Dios. Sólo un alma humilde se vuelve un paraíso, porque en ella está mi Hijo. Les doy las gracias. Nuevamente, les ruego: oren por aquellos que ha elegido mi Hijo, es decir por sus pastores. | |
Comentario
Sabemos que los días dos de cada mes la Santísima Virgen los dedica a la oración por aquellos que aún no conocen el amor de Dios: los distantes, los que a sí mismo se llaman ateos o agnósticos, los que van por caminos errados, los tibios e indiferentes y tantos otros que creyéndose cristianos en realidad no lo son porque no se han encontrado con Cristo, porque no saben de su amor. Al mismo tiempo resulta evidente que estos mensajes van dirigidos no a los que no llegarán a leerlo sino sobre todo a quienes sí los leemos. Quiere esto decir que, en primer lugar, este mensaje va dirigido a cada uno de nosotros. Debo asumir que va dirigido a mí, sacerdote, así como a todos los demás que han sabido de ellos. Somos los que estamos seguros que Dios está actuando en Medjugorje desde hace más de treinta años. Sin embargo, y esto es lo que debemos admitir, creer en las apariciones y en la veracidad de los mensajes no nos exime ahondar en el cumplimiento de los mismos y de reconocer que podemos y tenemos el deber de hacer más. Porque, atención, también se puede “ser ciego y sordo” cuando se mira para otro lado y no se siente aludido por llamados como el del actual mensaje. Una vez más vale recordar que la conversión no es un estado que se ha alcanzado y ya está, como un grado que se conquistó. No es así. La conversión es un camino, que necesita ser transitado día a día. Por eso, nadie puede ni debe decir “estoy convertido” o “me convertí”, en primer lugar porque nadie se convierte por sí solo sino que es Dios quien convierte, y luego por lo dicho, porque siempre estamos en proceso de conversión, el cual concluirá el último día de nuestra vida aquí en la tierra.
Dice la Santísima Virgen que estamos mirando al mundo sin
ver hacia dónde va sin su Hijo. El mundo sin Cristo va a la perdición. No basta
mirar en torno la devastación de este mundo que hace cada vez menos sin Dios si
no se ve en profundidad que cada uno es parte importante del plan de salvación
divino. Ese plan empieza por la propia conversión diaria al Señor. La obra es de
Dios pero cada uno debe co-operar (unirse a la obra) poniendo de lo suyo,
poniendo su voluntad para permitir que la gracia lo penetre y transforme.
Porque no alcanzamos a ver necesitamos más luz y esa luz
viene del Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios que ilumina nuestro interior,
es el Espíritu que nos convence también a nosotros del pecado, que nos hace ver
todas las manchas y puntos negros que hay en nuestra alma, que nos evidencia
cuánta necesidad tenemos de ser purificados, por tanto, por la gracia y
misericordia divinas.
Cuando nos falta humildad y por lo mismo sinceridad, para no
ver lo que hay que ver en nosotros, justificamos comportamientos equivocados y
oponemos resistencias muy sutiles a la gracia de conversión. Cuando, en cambio,
dejamos que el Espíritu Santo nos ilumine entonces vemos lo que no queríamos
ver.
Las mayores oposiciones a la transformación que la Santísima
Virgen desea de nosotros, para nuestro bien y el de muchos otros hijos, vienen
de la falta de humildad. Puede que confesemos nuestra soberbia, pero ¿hasta
dónde sabemos o estamos dispuestos a reconocer cuán soberbios somos? ¿Hasta
dónde se esconde en nosotros y se nos oculta la falta de humildad que suele ser
justificada como cuestiones de genio, de carácter, de temperamento o porque hay
que hacerse valer y respetar? Cuando nos contrastan, cuando nos hacen una
crítica a nuestra persona o a algo que hemos dicho o hecho ¿cómo reaccionamos?
Si discutimos o damos nuestras razones ¿lo hacemos buscando la verdad, en la
verdad? ¿o reaccionamos porque esa oposición hiere o molesta a nuestro orgullo?
¿Hasta qué punto es cierto que no nos importa que nos tengan en consideración?
¿Qué ocurre cuando nos dejan ostensiblemente de lado? ¿Nos entristecemos por
esas actitudes u otras similares? ¿Cuán críticos somos con el comportamiento de
los otros? Porque el ser críticos suele significar la mirada puesta fuera y no dentro. Ser críticos
suele ser falta de misericordia y signo de soberbia. Éstos son sólo algunas
preguntas que puedan ayudarnos a ver cuán lejos estamos de la humildad que atrae
la presencia de Dios en nosotros y que nos impulsa a acercarnos a Él.
El salmo 36, que se podría titular “Dios, luz del hombre”,
habla del soberbio diciendo: “se halaga
tanto a sí mismo que no descubre y detesta su culpa. Sólo dice mentiras y
engaños, renuncia a ser sensato y hacer el bien…
Se obstina en el camino equivocado,
incapaz de rechazar el mal”. El salmista, como nos alerta nuestra Madre, nos
muestra las consecuencias de la soberbia. Más que Dios rechazar al soberbio es
él que se excluye de la gracia de Dios por no creer necesitarla. El corazón que
no es humilde se excluye del amor de Dios porque se cierra al mismo Dios
poniendo el yo en un lugar que no le corresponde. Rechazando la luz que viene de
Dios sigue viviendo en la penumbra sin ver todas sus manchas. Manchas que si
Dios no se las quita las llevará a la eternidad.
La Santísima Virgen nos dice cómo salir de esa prisión que
la persona a sí misma se ha construido, la prisión del “yo”, del egoísmo, del
amor propio, del orgullo, de la soberbia. La liberación, que es la vía al Cielo
ya desde esta vida, es hacer lo que nos pide: tomar el camino de la humildad,
implorando al Espíritu Santo para que haga luz en nuestras vidas y podamos así
abrirnos a su acción transformadora.
La Santísima Virgen alude al mundo circundante. ¿Qué vemos
en él? Vemos que cuando la sociedad rechaza a Dios la medida es el hombre y el
hombre no tiene medida fuera de Dios. Cuando Dios es quitado de la vida sólo
queda la desesperante suma de soledades que nada ya esperan y que ante las
adversidades, que cada uno ha contribuido a formar, desesperan. Cuando se
pretende una libertad sin Dios, o para algunos incluso una “libertad” de Dios,
se establece el “todo vale” siendo la víctima el amor, y desaparece la caridad
fraterna. La libertad sin límites, que pueda yo hacer todo lo que se me antoje,
conduce inevitablemente a la anarquía de individualidades que se contraponen y
en la que prevalece el más fuerte en desmedro del débil.
“Lo que hago a costa de otros –ha dicho el Papa- no es libertad, sino una
acción culpable que les perjudica a ellos y también a
mí”. Hoy nos enfrentamos al desplazamiento de Dios por la
idolatría moderna que quema incienso sobre el altar del yo para tributar culto
al dinero, al poder, al placer.
Cuando se cancela la presencia de Dios no hay verdad
absoluta y por no haber una verdad todas lo son, o sea ninguna es verdad. Eso es
el relativismo tantas veces denunciado por la Iglesia. Lamentablemente ha
penetrado tanto que a muchos, que se dicen cristianos, les resulta arrogante
decir que sólo en Cristo está la verdad, que sólo Él es la Verdad, y por no
admitirlo terminan pensando que todas las religiones son igualmente válidas y
menospreciar la obra de salvación y al mismo Señor que puede salvarlos.
El relativismo desemboca en el individualismo egoísta de no
ser capaz de ninguna renuncia o sacrificio, de no tener deberes para con
nadie. Al final queda que el principal
propósito de la vida sea la búsqueda del placer según la concepción de placer de
cada uno. Esto es la destrucción de la persona y de la humanidad.
Todo lo que Jesucristo vino a traernos -comenzando por la
salvación y siguiendo por el amor, la verdad, la belleza, la bondad- es de lo
que quien vive encaramado en la torre de su soberbia se priva y privándoselo
queda sumido en el absurdo de una vida sin sentido, oscura, aturdida en un
presente sin futuro, sin trascendencia, sin nada por lo que valga la pena vivir.
En el fondo vive en la angustia, la infelicidad, la tristeza cuando no en un
infierno helado del que no puede salir.
Por lo
contrario, la humildad, que nace de nuestra relación con Dios, de nuestro ser
creaturas y deudores de su misericordia, vuelve al alma transparente a la acción
luminosa del Espíritu Santo, al que atrae desde su oración, y entonces brilla de
pureza y de belleza porque ha conocido el amor de Dios. En esa alma Cristo
implanta su reino de amor, Él es Rey y Señor en esa alma como lo es en el Cielo.
Se despide la Santísima Virgen con la reiteración de un
pedido: rezar por los sacerdotes, rezar por los obispos, rezar por el Papa.
Nunca dejemos de hacerlo.
Dios Omnipotente, eterno, justo, misericordioso,
concédeme, mísero de mí, hacer siempre, por gracia
tuya,
lo que Tú quieres, y de querer siempre lo que a ti te
place.
Purifica mi alma para que, iluminado de la luz del Espíritu
Santo
y encendido de su fuego,
pueda seguir el ejemplo de tu Hijo y Señor nuestro, Jesucristo.
Dame, por tu sola gracia, poder unirme a ti,
Altísimo y Omnipotente Dios,
que vives y reinas en la gloria,
en perfecta trinidad y en simple unidad,
por los siglos
eternos. Amén. (San Francisco de Asís)
P. Justo Antonio Lofeudo www.mensajerosdelareinadelapaz.org | ||
¡Bendito, Alabado y
Adorado sea Jesucristo en el Santísimo Sacramento del altar!
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¡Ven Espíritu Santo! Llena los corazones de tus fieles, y enciende en ellos el fuego de tu amor. Envía Señor tu Espíritu y se renovará la faz de la tierra. ¡Bendito Espíritu ilumina y transforma a la humanidad completa!
FUENTE INAGOTABLE DE LUZ

¡ILUMÍNANOS!
Sagrados Corazones Unidos del AMOR SANTO
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martes, 7 de febrero de 2012
Mensaje de María Reina de la Paz en Medjugorje del 2 de febrero de 2012, y comentario P. Justo Antonio Lofeudo
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