Gloriosa asunción de María Santísima
¿Cuántos días han pasado? Es difícil establecerlo con seguridad. A juzgar por las flores que forman una corona alrededor del cuerpo exánime, debería decirse que han pasado pocas horas. Pero si se juzga por las ramas de olivo sobre las cuales están las flores frescas, ramas con hojas ya lacias, y por las otras flores mustias puestas -cada una de ellas como una reliquia- sobre la tapa del arca, se debe concluir que ya han pasado algunos días.
Pero el cuerpo de María presenta el aspecto que tenía instantes  después de haber expirado. Ninguna señal de muerte hay en su cara, ni en sus  pequeñas manos. Ningún olor desagradable hay en la habitación; es más, aletea en  ella un perfume indefinible, que huele a mezcla de incienso, lirios, rosas,  muguetes y hierbas montanas. Juan -a saber cuántos días lleva velandose ha  dormido vencido por el cansancio, sentado en el taburete, con la espalda apoyada  en la pared, junto a la puerta abierta que da a la terraza. La luz de la  lámpara, colocada en el suelo, lo ilumina de abajo hacia arriba y permite ver su  rostro cansado, palidísimo, excepto en torno a los ojos, enrojecidos por el  llanto.
El alba debe haber empezado ya; en efecto, su débil claror hace  visibles la terraza y los olivos que rodean a la casa, un claror que se va  haciendo cada vez más intenso y que, entrando por la puerta, hace más nítidos  los contornos de los objetos de la habitación, de esos objetos que, por estar  lejos de la lamparita, antes apenas se vislumbraban.
De repente, una gran luz llena la habitación, una luz argéntea con  tonalidades azules, casi fosfórica; y aumenta sin cesar, anulando la del alba y  la de la lamparita. Una luz igual que la que inundó la gruta de Belén en el  momento de la Natividad divina. Luego, en esta luz paradisíaca, se hacen  visibles criaturas angélicas (luz aún más espléndida en la luz, ya de por sí  poderosísima, que ha aparecido antes). 
Como ya sucedió cuando los ángeles se aparecieron a los pastores,  una danza de centellas de todos los colores surge de sus alas dulcemente  agitadas, de las cuales procede un armónico susurro ornado de arpegios,  dulcísimo. Las criaturas angélicas se disponen en corona en torno al lecho, se  inclinan hacia él, levantan el cuerpo inmóvil y, con un batir más fuerte de sus  alas -que aumenta el sonido que antes existía-, por una abertura que se ha  creado prodigiosamente en el techo (como prodigiosamente se abrió el Sepulcro de  Jesús), se van, llevándose consigo el cuerpo de su Reina, santísimo, sin duda,  pero aún no glorificado y, por tanto, sujeto a las leyes de la materia, sujeción  que no tuvo Cristo porque cuando resucitó de la muerte ya estaba glorificado. El  sonido producido por las alas angélicas aumenta, y ahora es potente como sonido  de órgano.
Juan, que ya -aun permaneciendo adormecido- se había movido dos o  tres veces en su taburete, como si le molestaran la gran luz y el sonido de las  alas angélicas, se despierta totalmente por ese sonido potente y por una fuerte  corriente de aire
que, descendiendo del techo destapado y saliendo por la puerta abierta, forma como un remolino que agita las cubiertas del lecho ya vacío y las vestiduras de Juan, y que apaga la lámpara y cierra, con un fuerte golpe, la puerta abierta.
que, descendiendo del techo destapado y saliendo por la puerta abierta, forma como un remolino que agita las cubiertas del lecho ya vacío y las vestiduras de Juan, y que apaga la lámpara y cierra, con un fuerte golpe, la puerta abierta.
El apóstol mira a su alrededor, todavía soñoliento, para  percatarse de lo que está sucediendo. Se da cuenta de que el lecho está vacío y  el techo está descubierto. Intuye que ha tenido lugar un prodigio. Sale  corriendo a la terraza y, como por un
instinto espiritual, o por llamada celeste, alza la cabeza protegiendo sus ojos con la mano para mirar sin el obstáculo del naciente Sol.
instinto espiritual, o por llamada celeste, alza la cabeza protegiendo sus ojos con la mano para mirar sin el obstáculo del naciente Sol.
Y ve. Ve el cuerpo de María, todavía inerte, e igual en todo al de  una persona que duerme; lo ve subir cada vez más alto, sostenido por la multitud  angélica. Como dirigiendo un último saludo, un extremo del manto y del velo se  mueven, quizás por la acción del viento producido por la rápida asunción y por  el movimiento de las alas angélicas; y unas flores, las que Juan había colocado  y renovado alrededor del cuerpo de María, y que se habían quedado entre los  pliegues de las vestiduras, llueven sobre la terraza y la tierra del Getsemaní,  mientras el potente himno de alabanza de la multitud angélica se va haciendo  cada vez más lejano y, por tanto, más leve.
Juan sigue mirando fijamente a ese cuerpo que sube hacia el Cielo  y, sin duda, por un prodigio que Dios le concede, para consolarlo o premiarlo  por su amor a su Madre adoptiva, ve, con claridad, que María, envuelta ahora por  los rayos del Sol, que ya ha salido, sale del éxtasis que le ha separado el alma  del cuerpo, vuelve a la vida y se pone en pie (porque ahora Ell a también goza  de los dones propios de los cuerpos glorificados).
Juan mira, mira... el milagro que Dios le concede le da la  facultad, contra toda ley natural, de ver a María como es ahora mientras sube en  rapto hacia el Cielo, rodeada, ya no ayudada a subir, por los ángeles que  entonan cantos de júbilo. Y Juan se ve raptado por esa visión de hermosura que  ninguna pluma usada por mano humana, ninguna palabra humana ni obra alguna de  artista podrán jamás describir o reproducir, porque es de una belleza  indescriptible.
Juan, permaneciendo apoyado en el antepecho de la terraza, sigue  mirando fijamente esa espléndida y resplandeciente forma de Dios -porque  realmente puede llamarse así a María, formada en modo único por Dios, que la  quiso inmaculada, para que fuera forma para el Verbo encarnado- que sube cada  vez más. Y un último, supremo prodigio concede Dios-Amor a este perfecto amante  suyo: el de ver el encuentro de la Madre Santísima con su Santísimo Hijo, quien  - también Él espléndido y resplandeciente, hermoso con una hermosura  indescriptible- desciende rápido del Cielo, llega junto a su Madre, la abraza  contra su corazón y, juntos, más refulgentes que dos astros mayores, con Ella  regresa al lugar de donde ha venido.
La visión de Juan ha terminado. Baja la cabeza. En su rostro cansado están presentes el dolor por la pérdida de María y el júbilo por su glorioso destino. Pero ahora ya el júbilo supera al dolor.
La visión de Juan ha terminado. Baja la cabeza. En su rostro cansado están presentes el dolor por la pérdida de María y el júbilo por su glorioso destino. Pero ahora ya el júbilo supera al dolor.
Dice:
-¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias! Presentía que habría sucedido esto. Y quería estar en vela para no perder ningún episodio de su Asunción. ¡Pero llevaba ya tres días sin dormir! El sueño, el cansancio, unidos al dolor, me han abatido y vencido en el
momento en que era inminente la Asunción... Pero quizás Tú mismo lo has querido, oh Dios, para que no perturbara ese momento y no sufriera demasiado... Sí, sin duda, Tú lo has querido así, de la misma forma que ahora has querido que viera lo
que sin un milagro tuyo no habría podido ver. Me has concedido verla otra vez, aun estando ya muy lejana, ya glorificada y gloriosa, como si estuviera cerca de mí. ¡Y ver de nuevo a Jesús! ¡Oh, visión beatísima, inesperada, inesperable! ¡Oh, don de los dones de Jesús-Dios a su Juan! ¡Gracia suprema! ¡Volver a ver a mi Maestro y Señor! ¡Verlo a Él junto a su Madre! ¡Él semejante a un Sol y Ella a una Luna, esplendidísimos ambos por su estado glorioso y por la felicidad de estar unidos de nuevo y eternamente! ¿Qué será el Paraíso, ahora que vosotros resplandecéis en él, vosotros, astros mayores de la Jerusalén celestial?
-¡Gracias, Dios mío! ¡Gracias! Presentía que habría sucedido esto. Y quería estar en vela para no perder ningún episodio de su Asunción. ¡Pero llevaba ya tres días sin dormir! El sueño, el cansancio, unidos al dolor, me han abatido y vencido en el
momento en que era inminente la Asunción... Pero quizás Tú mismo lo has querido, oh Dios, para que no perturbara ese momento y no sufriera demasiado... Sí, sin duda, Tú lo has querido así, de la misma forma que ahora has querido que viera lo
que sin un milagro tuyo no habría podido ver. Me has concedido verla otra vez, aun estando ya muy lejana, ya glorificada y gloriosa, como si estuviera cerca de mí. ¡Y ver de nuevo a Jesús! ¡Oh, visión beatísima, inesperada, inesperable! ¡Oh, don de los dones de Jesús-Dios a su Juan! ¡Gracia suprema! ¡Volver a ver a mi Maestro y Señor! ¡Verlo a Él junto a su Madre! ¡Él semejante a un Sol y Ella a una Luna, esplendidísimos ambos por su estado glorioso y por la felicidad de estar unidos de nuevo y eternamente! ¿Qué será el Paraíso, ahora que vosotros resplandecéis en él, vosotros, astros mayores de la Jerusalén celestial?
¿Cuál será el júbilo de los angélicos coros y de los santos? Es  tal la alegría que me ha producido el ver a la Madre con el Hijo - cosa que  anula toda pena suya, toda pena de ambos-, que también mi pena cesa y, en su  lugar, en mí entra la paz. De los tres milagros que había pedido a Dios, dos se  han cumplido. He visto volver la vida a María, y siento que vuelve a mí la paz.  Todas mis angustias cesan, porque os he visto unidos de nuevo en la gloria.  Gracias por ello, oh Dios. Y gracias por haberme dado la forma de ver, incluso  respecto a una criatura (santísima, pero, en todo caso, humana), cuál es el  destino de los santos, cual será después del último juicio y la resurrección de  los cuerpos y su nueva unión, su fusión con el espíritu subido al Cielo a la  hora de la muerte. No tenía necesidad de ver para creer. Porque siempre he  creído firmemente en todas las palabras del Maestro. Pero muchos dudarán de que,  después de siglos y milenios, la carne, convertida en polvo, pueda volver a ser  cuerpo vivo. A éstos les podré decir, jurando por las cosas más excelsas, que no  sólo Cristo volvió a la vida, por su propio poder divino, sino que también
la Madre suya, tres días después de la muerte, si tal muerte puede llamarse muerte, reemprendió vida, y, con la carne unida de nuevo al alma, tomó su eterna morada en el Cielo, al lado de su Hijo. Podré decir: "Creed, cristianos todos, en la resurrección de la carne al final de los siglos, y en la vida eterna del alma y de los cuerpos, vida bienaventurada para los santos y horrenda para los culpables impenitentes. Creed y vivid como santos, de la misma forma que como santos vivieron Jesús y María, para alcanzar su mismo destino. Yo vi a sus cuerpos subir al Cielo. Os lo puedo testificar. Vivid como justos para poder un día estar en el nuevo
mundo eterno, en alma y cuerpo, junto a Jesús-Sol y junto a María, Estrella de todas las estrellas". ¡Gracias otra vez, oh Dios! Y ahora recojamos todo lo que queda de Ella. Las flores que han caído de sus vestiduras, las ramas de olivo que han quedado en su lecho, y conservémoslo. Servirán... sí, servirán para ayudar y consolar a mis hermanos, en vano esperados. Antes o después los encontraré...
la Madre suya, tres días después de la muerte, si tal muerte puede llamarse muerte, reemprendió vida, y, con la carne unida de nuevo al alma, tomó su eterna morada en el Cielo, al lado de su Hijo. Podré decir: "Creed, cristianos todos, en la resurrección de la carne al final de los siglos, y en la vida eterna del alma y de los cuerpos, vida bienaventurada para los santos y horrenda para los culpables impenitentes. Creed y vivid como santos, de la misma forma que como santos vivieron Jesús y María, para alcanzar su mismo destino. Yo vi a sus cuerpos subir al Cielo. Os lo puedo testificar. Vivid como justos para poder un día estar en el nuevo
mundo eterno, en alma y cuerpo, junto a Jesús-Sol y junto a María, Estrella de todas las estrellas". ¡Gracias otra vez, oh Dios! Y ahora recojamos todo lo que queda de Ella. Las flores que han caído de sus vestiduras, las ramas de olivo que han quedado en su lecho, y conservémoslo. Servirán... sí, servirán para ayudar y consolar a mis hermanos, en vano esperados. Antes o después los encontraré...
Recoge incluso los pétalos de las flores que se han deshojado al  caer. Y con las flores y pétalos en un extremo de su túnica, entra en la  habitación. Advierte entonces más atentamente la abertura del techo y  exclama:
-¡Otro prodigio! ¡Y otro admirable paralelismo en los prodigios de  las vidas de Jesús y María! Él, Dios, por sí sólo resucitó, y sólo con su  voluntad volcó la piedra del Sepulcro, y sólo con su poder ascendió al Cielo.  Por sí solo. Para María, santísima pero hija de hombre, con ayuda angélica se  abrió la vía para su asunción al Cielo, y con ayuda angélica se ha verificado su  asunción al Cielo. En Cristo el espíritu volvió a animar al Cuerpo mientras el  Cuerpo estaba todavía en la Tierra, porque así debía ser, para hacer callar a  sus enemigos y confirmar en la fe a todos sus seguidores. En María el espíritu  ha vuelto cuando el santísimo Cuerpo estaba ya en el umbral del Paraíso, porque  para Ella no era necesaria ninguna otra cosa. ¡Oh, potencia perfecta de la  infinita Sabiduría de Dios!...
Juan ahora recoge en una tela las flores y las ramas que han  quedado en el lecho, une a ello lo que había recogido afuera, y pone todo encima  de la tapa del arca. Luego abre el arca y mete dentro la almohadita de María y  la cubierta de la cama. Baja a la cocina, recoge otros objetos usados por Ella  -el huso y la rueca y las piezas de la vajilla usados por Ella- y los une a las  otras cosas.
Cierra el arca y se sienta en el taburete. Exclama:
-¡Ahora todo está cumplido también para mí! ¡Ahora puedo marcharme, libremente, a donde el Espíritu de Dios me conduzca! ¡Ir y sembrar la divina Palabra que el Maestro me ha dado para que yo se la dé a los hombres! Enseñar el Amor. Enseñarlo para que crean en el Amor y en su poder. Dar a conocer a los hombres lo que Dios-Amor ha hecho por ellos. Su Sacrificio y su Sacramento y Rito perpetuos por los que, hasta el final de los siglos, podremos estar unidos a Jesucristo por la
Eucaristía y renovar el rito y el sacrificio como Él mandó hacer. ¡Dones, todos ellos, del Amor perfecto! Hacer amar al Amor, para que crean en el Amor como nosotros hemos creído y creemos. Sembrar el Amor, para que sea abundante la recolección y la pesca, para el Señor. María me ha dicho, en sus últimas palabras, que el amor todo lo obtiene; en sus últimas palabras a mí, a quien Ella cabalmente ha definido, en el colegio apostólico, como el que ama, el amante por excelencia, la antítesis de Judas Iscariote, que fue el odio; como Pedro la impulsividad y Andrés la mansedumbre; y los hijos de Alfeo la santidad y sabiduría unidas a nobleza de modos; etc. Yo, el amante, ahora que ya no tengo ni al Maestro ni a la Madre, a quienes amar en la Tierra,
-¡Ahora todo está cumplido también para mí! ¡Ahora puedo marcharme, libremente, a donde el Espíritu de Dios me conduzca! ¡Ir y sembrar la divina Palabra que el Maestro me ha dado para que yo se la dé a los hombres! Enseñar el Amor. Enseñarlo para que crean en el Amor y en su poder. Dar a conocer a los hombres lo que Dios-Amor ha hecho por ellos. Su Sacrificio y su Sacramento y Rito perpetuos por los que, hasta el final de los siglos, podremos estar unidos a Jesucristo por la
Eucaristía y renovar el rito y el sacrificio como Él mandó hacer. ¡Dones, todos ellos, del Amor perfecto! Hacer amar al Amor, para que crean en el Amor como nosotros hemos creído y creemos. Sembrar el Amor, para que sea abundante la recolección y la pesca, para el Señor. María me ha dicho, en sus últimas palabras, que el amor todo lo obtiene; en sus últimas palabras a mí, a quien Ella cabalmente ha definido, en el colegio apostólico, como el que ama, el amante por excelencia, la antítesis de Judas Iscariote, que fue el odio; como Pedro la impulsividad y Andrés la mansedumbre; y los hijos de Alfeo la santidad y sabiduría unidas a nobleza de modos; etc. Yo, el amante, ahora que ya no tengo ni al Maestro ni a la Madre, a quienes amar en la Tierra,
iré a esparcir el amor entre las gentes. El amor será mi arma y  doctrina. Y con él venceré al demonio y al paganismo, y conquistaré a muchas  almas. Continuaré así a Jesús y a María, que fueron el amor perfecto en la  Tierra.
Sobre el tránsito, la asunción y la realeza de María Santísima
Sobre el tránsito, la asunción y la realeza de María Santísima
Dice María:
-¿Yo morí? Sí, si se quiere llamar muerte a la separación acaecida entre la parte superior del espíritu y el cuerpo; no, si por muerte se entiende la separación entre el alma vivificante y el cuerpo, la corrupción de la materia carente ya de la vivificación del alma y, antes, la lobreguez del sepulcro, y, como primera de todas estas cosas, el angustioso sufrimiento de la muerte.
-¿Yo morí? Sí, si se quiere llamar muerte a la separación acaecida entre la parte superior del espíritu y el cuerpo; no, si por muerte se entiende la separación entre el alma vivificante y el cuerpo, la corrupción de la materia carente ya de la vivificación del alma y, antes, la lobreguez del sepulcro, y, como primera de todas estas cosas, el angustioso sufrimiento de la muerte.
¿Cómo morí, o, mejor, cómo pasé de la Tierra al Cielo, antes con  la parte inmortal, después con la perecedera? Como era justo que fuera para la  Mujer que no conoció mancha de culpa. En ese anochecer -ya había empezado el  descanso sabático- hablaba con Juan. De Jesús. De sus cosas. Aquella hora  vespertina estaba llena de paz. El sábado había apagado todos los rumores de  humanas obras. Y la hora apagaba toda voz de hombre o de ave. Sólo los olivos de  alrededor de la casa emitían su frufrú con la brisa del anochecer: parecía como  si un vuelo de ángeles acariciara las paredes de la casita solitaria.
Hablábamos de Jesús, del Padre, del Reino de los Cielos. Hablar de  la Caridad y del Reino de la Caridad significa encenderse con el fuego vivo,  consumir las cadenas de la materia para dejar libre al espíritu en sus vuelos  místicos. Si el fuego está contenido dentro de los límites que Dios pone para  conservar a las criaturas en la Tierra a su servicio, es posible arder y vivir,  encontrando en el fuego no consumición sino perfeccionamiento de vida. Pero  cuando Dios quita los límites y deja libertad
al Fuego divino de incidir sin medida en el espíritu y de atraerlo hacia sí sin medida, entonces el espíritu, respondiendo a su vez sin medida al Amor, se separa de la materia y vuela al lugar desde donde el Amor le incita y a donde el Amor le invita: y es el final del destierro y el regreso a la Patria.
al Fuego divino de incidir sin medida en el espíritu y de atraerlo hacia sí sin medida, entonces el espíritu, respondiendo a su vez sin medida al Amor, se separa de la materia y vuela al lugar desde donde el Amor le incita y a donde el Amor le invita: y es el final del destierro y el regreso a la Patria.
Aquel atardecer, al ardor incontenible, a la vitalidad sin medida  de mi espíritu, se unió una dulce postración, una misteriosa sensación de que la  materia se alejaba de todo lo que la rodeaba; como si el cuerpo se durmiera,  cansado, mientras
el intelecto, avivado más su razonar, se abismara en los divinos esplendores.
Juan, amoroso y prudente testigo de todos mis actos desde que fue mi hijo adoptivo según la voluntad de mi Unigénito, dulcemente me persuadió de que buscara descanso en el lecho, y me veló orando. El último sonido que oí en la Tierra fue el
susurro de las palabras del virgen Juan. Para mí fueron como la nana de una madre junto a la cuna. Y acompañaron a mi espíritu en el último éxtasis, demasiado sublime como para ser descrito. Acompañaron a mi espíritu hasta el Cielo.
el intelecto, avivado más su razonar, se abismara en los divinos esplendores.
Juan, amoroso y prudente testigo de todos mis actos desde que fue mi hijo adoptivo según la voluntad de mi Unigénito, dulcemente me persuadió de que buscara descanso en el lecho, y me veló orando. El último sonido que oí en la Tierra fue el
susurro de las palabras del virgen Juan. Para mí fueron como la nana de una madre junto a la cuna. Y acompañaron a mi espíritu en el último éxtasis, demasiado sublime como para ser descrito. Acompañaron a mi espíritu hasta el Cielo.
Juan, único testigo de este delicado misterio, me avió. Él solo me  avió, envolviéndome en el manto blanco, sin cambiarme de túnica ni de velo, sin  lavacro y sin embalsamamiento. El espíritu de Juan - como se ve claro por sus  palabras del
segundo episodio de este ciclo que va de Pentecostés a mi Asunción- ya sabía que no me iba a descomponer, e instruyó al apóstol sobre lo que había de hacerse. Y él, casto y amoroso, prudente respecto a los misterios de Dios y a los compañeros
lejanos, decidió custodiar el secreto y esperar a los otros siervos de Dios, para que me vieran todavía y sacaran, de verme, consuelo y ayuda para las penas y fatigas de sus misiones. Esperó como estando seguro de que llegarían.
segundo episodio de este ciclo que va de Pentecostés a mi Asunción- ya sabía que no me iba a descomponer, e instruyó al apóstol sobre lo que había de hacerse. Y él, casto y amoroso, prudente respecto a los misterios de Dios y a los compañeros
lejanos, decidió custodiar el secreto y esperar a los otros siervos de Dios, para que me vieran todavía y sacaran, de verme, consuelo y ayuda para las penas y fatigas de sus misiones. Esperó como estando seguro de que llegarían.
Pero el decreto de Dios era distinto. Como siempre, bueno para el  Predilecto; justo, como siempre, para todos los creyentes. Cargó los ojos del  primero, para que el sueño le ahorrara la congoja de ver cómo se le arrebataba  también mi cuerpo;
dio a los creyentes otra verdad que los ayudara a creer en la resurrección de la carne, en el premio de una vida eterna y bienaventurada concedida a los justos; en las verdades más poderosas y dulces del Nuevo Testamento -mi inmaculada
Concepción, mi divina Maternidad virginal-; en la naturaleza divina y humana de mi Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre,nacido no por voluntad carnal sino por desposorio divino y por divina semilla depositada en mi seno; en fin, para que creyeran que en el Cielo está mi Corazón de Madre de los hombres, palpitante de vibrante amor por todos, justos y pecadores, deseoso de teneros a todos junto a sí, en la Patria bienaventurada, por toda la eternidad.
dio a los creyentes otra verdad que los ayudara a creer en la resurrección de la carne, en el premio de una vida eterna y bienaventurada concedida a los justos; en las verdades más poderosas y dulces del Nuevo Testamento -mi inmaculada
Concepción, mi divina Maternidad virginal-; en la naturaleza divina y humana de mi Hijo, verdadero Dios y verdadero Hombre,nacido no por voluntad carnal sino por desposorio divino y por divina semilla depositada en mi seno; en fin, para que creyeran que en el Cielo está mi Corazón de Madre de los hombres, palpitante de vibrante amor por todos, justos y pecadores, deseoso de teneros a todos junto a sí, en la Patria bienaventurada, por toda la eternidad.
Cuando los ángeles me sacaron de la casita, ¿mi espíritu había  vuelto a mí? No. El espíritu ya no tenía que bajar de nuevo a la Tierra. Estaba  en adoración delante del trono de Dios. Pero cuando la Tierra, el destierro, el  tiempo y el lugar de la separación de mi Señor Uno y Trino fueron dejados para  siempre, entonces el espíritu volvió a resplandecer en el centro de mi alma,  despertando a la carne de su dormición; por lo que es cabal hablar, respecto a  mí, de Asunción al Cielo en alma y cuerpo, no por mi propia capacidad, como  sucedió en el caso de Jesús, sino por ayuda angélica. Me desperté de aquella  misteriosa y mística dormición, me alcé, en fin, volé, porque ya mi carne había  conseguido la perfección de los cuerpos glorificados. Y amé.
Amé a mi Hijo y a mi Señor, Uno y Trino, de nuevo hallados, los amé como es destino de todos los eternos vivientes.
Amé a mi Hijo y a mi Señor, Uno y Trino, de nuevo hallados, los amé como es destino de todos los eternos vivientes.
Dice Jesús:
-Llegada su última hora, como una azucena cansada que, después de  haber exhalado todos sus aromas, se pliega bajo las estrellas y cierra su cáliz  de candor, María, mi Madre, se recogió en su lecho y cerró los ojos a todo lo  que la rodeaba, para recogerse en una última, serena contemplación de Dios.
Velando reverente su reposo, el ángel de María esperaba ansioso  que el éxtasis urgente separara ese espíritu de la carne, durante el tiempo  designado por el decreto de Dios, y lo separara para siempre de la Tierra,  mientras ya del Cielo
descendía el dulce e invitante imperativo de Dios.
descendía el dulce e invitante imperativo de Dios.
Inclinado también Juan, ángel terreno, hacia ese misterioso  reposo, velaba a su vez a la Madre que estaba para dejarlo. Y cuando la vio  extinguida siguió velando, para que, no tocada por miradas profanas y curiosas,  siguiera siendo, incluso más allá
de la muerte, la inmaculada Esposa y Madre de Dios que tan plácida y hermosa dormía. Una tradición dice que en la urna de María, abierta por Tomás, se encontraron sólo flores. Pura leyenda. Ningún sepulcro engulló el cadáver de María, porque nunca hubo un cadáver de María, según el sentido humano, dado que María no murió como todos los que tuvieron vida.
de la muerte, la inmaculada Esposa y Madre de Dios que tan plácida y hermosa dormía. Una tradición dice que en la urna de María, abierta por Tomás, se encontraron sólo flores. Pura leyenda. Ningún sepulcro engulló el cadáver de María, porque nunca hubo un cadáver de María, según el sentido humano, dado que María no murió como todos los que tuvieron vida.
Ella se había separado, por decreto divino, sólo del espíritu, y  con éste, que la había precedido, se unió de nuevo su carne santísima.  Invirtiendo las leyes habituales, por las cuales el éxtasis termina cuando cesa  el rapto, o sea, cuando el espíritu vuelve al estado normal, fue el cuerpo de  María el que se unió de nuevo con el espíritu, después de la larga permanencia  en el lecho fúnebre.
Todo es posible para Dios. Yo salí del Sepulcro sin ayuda alguna;  sólo con mi poder. María vino a mí, a Dios, al Cielo, sin conocer el sepulcro  con su horror de podredumbre y lobreguez. Es uno de los más fúlgidos milagros de  Dios. No único, en
verdad, si se recuerda a Enoc y a Elías, (Génesis 5, 24; Eclesiástico 44, 16; 49, 14 (para Enoc); 2 Reyes 2, 1-13; Eclesiástico 48, 9, para Elías) quienes, por el amor que el Señor les tenía, fueron raptados de la Tierra sin conocer la muerte, y fueron
transportados a otro lugar, a un lugar que sólo Dios y los celestes habitantes de los Cielos conocen. Justos eran, y, de todas formas, nada respecto a mi Madre, la cual es inferior en santidad sólo a Dios.
verdad, si se recuerda a Enoc y a Elías, (Génesis 5, 24; Eclesiástico 44, 16; 49, 14 (para Enoc); 2 Reyes 2, 1-13; Eclesiástico 48, 9, para Elías) quienes, por el amor que el Señor les tenía, fueron raptados de la Tierra sin conocer la muerte, y fueron
transportados a otro lugar, a un lugar que sólo Dios y los celestes habitantes de los Cielos conocen. Justos eran, y, de todas formas, nada respecto a mi Madre, la cual es inferior en santidad sólo a Dios.
Por eso no hay reliquias del cuerpo y del sepulcro de María,  porque María no tuvo sepulcro, y su cuerpo fue elevado al Cielo.
Dice María:
-Un éxtasis fue la concepción de mi Hijo. Un éxtasis aún mayor el darlo a luz. El éxtasis de los éxtasis fue mi tránsito de la Tierra al Cielo. Sólo durante la Pasión ningún éxtasis hizo soportable mi atroz sufrimiento. La casa en que se produjo mi Asunción se debió a uno de los innumerables actos de generosidad de Lázaro para con Jesús y su Madre: la pequeña casa del Getsemaní, cercana al lugar de la Ascensión. Inútil es buscar los restos. Durante la destrucción de Jerusalén, por obra de los romanos, fue devastada, y sus ruinas fueron dispersadas durante el transcurso de los siglos.
-Un éxtasis fue la concepción de mi Hijo. Un éxtasis aún mayor el darlo a luz. El éxtasis de los éxtasis fue mi tránsito de la Tierra al Cielo. Sólo durante la Pasión ningún éxtasis hizo soportable mi atroz sufrimiento. La casa en que se produjo mi Asunción se debió a uno de los innumerables actos de generosidad de Lázaro para con Jesús y su Madre: la pequeña casa del Getsemaní, cercana al lugar de la Ascensión. Inútil es buscar los restos. Durante la destrucción de Jerusalén, por obra de los romanos, fue devastada, y sus ruinas fueron dispersadas durante el transcurso de los siglos.
De la misma forma que para mí fue un éxtasis el nacimiento de mi  Hijo, y que, del rapto en Dios que en aquella hora se apoderó de mí, volví a la  presencia de mí misma y a la Tierra teniendo ya a mi Hijo en los brazos, así mi  impropiamente llamada "muerte" fue un rapto en Dios.
Confiando en la promesa recibida en el esplendor de la mañana de  Pentecostés, yo pensaba que el acercamiento de la hora de la última venida del  Amor, para llevarme consigo en rapto, debía manifestarse con un aumento del  fuego de amor que
siempre ardía en mí; y no me equivoqué.
siempre ardía en mí; y no me equivoqué.
Por parte mía, a medida que iba pasando la vida, en mí iba  aumentando el deseo de fundirme con la eterna Caridad. Me instaba a ello el  deseo de unirme de nuevo con mi Hijo, y la certidumbre de que nunca haría tanto  por los hombres como
cuando estuviera, orando y obrando en favor de ellos, a los pies del trono de Dios. Y con impulso cada vez más encendido y acelerado, con todas las fuerzas de mi alma, gritaba al Cielo: "¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Eterno Amor!".
cuando estuviera, orando y obrando en favor de ellos, a los pies del trono de Dios. Y con impulso cada vez más encendido y acelerado, con todas las fuerzas de mi alma, gritaba al Cielo: "¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Eterno Amor!".
La Eucaristía, que para mí era como el rocío para una flor  sedienta, era, sí, vida; pero a medida que iba pasando el tiempo, cada vez era  más insuficiente para satisfacer la incontenible ansia de mi corazón. Ya no me  bastaba recibir en mí a mi
divina Criatura y llevarla en mi interior en las Sagradas Especies, como la había llevado en mi carne virginal. Todo mi ser deseaba al Dios uno y trino, pero no celado tras los velos elegidos por mi Jesús para ocultar el inefable misterio de la Fe, sino como Él -en el centro del Cielo- era, es y será. El propio Hijo mío, en sus arrobos eucarísticos, ardía dentro de mí con abrazos de infinito deseo; y cada vez que a mí venía, con la potencia de su amor, casi arrancaba de cuajo mí alma en el primer impulso y luego permanecía, con infinita ternura, llamándome "¡Mamá!", y yo lo sentía ansioso de tenerme consigo.
divina Criatura y llevarla en mi interior en las Sagradas Especies, como la había llevado en mi carne virginal. Todo mi ser deseaba al Dios uno y trino, pero no celado tras los velos elegidos por mi Jesús para ocultar el inefable misterio de la Fe, sino como Él -en el centro del Cielo- era, es y será. El propio Hijo mío, en sus arrobos eucarísticos, ardía dentro de mí con abrazos de infinito deseo; y cada vez que a mí venía, con la potencia de su amor, casi arrancaba de cuajo mí alma en el primer impulso y luego permanecía, con infinita ternura, llamándome "¡Mamá!", y yo lo sentía ansioso de tenerme consigo.
Yo no deseaba ya otra cosa. Ni siquiera ya estaba en mí, en los  últimos tiempos de mi vida mortal, el deseo de tutelar a la naciente Iglesia:  todo estaba anulado en el deseo de poseer a Dios, por la persuasión que tenía de  que todo se puede cuando
se le posee.
se le posee.
Alcanzad, oh cristianos, este total amor. Pierda valor todo lo  terreno. Mirad sólo a Dios. Cuando seáis ricos de esta pobreza de deseo que es  inconmensurable riqueza, Dios se inclinará hacia vuestro espíritu, primero para  instruirlo, luego para tomarlo en sus manos, y ascenderéis con vuestro espíritu  al Padre, al Hijo, al Espíritu Santo, para conocerlos y amarlos en toda la  bienaventurada eternidad y para poseer sus riquezas de gracias para los  hermanos. Nunca somos tan activos para los hermanos
como cuando no estamos ya con ellos, sino que somos luces unidas de nuevo con la divina Luz.
como cuando no estamos ya con ellos, sino que somos luces unidas de nuevo con la divina Luz.
E1 acercarse del Amor eterno tuvo el signo que pensaba. Todo  perdió luz y color, voz y presencia, bajo el fulgor y la Voz que, descendiendo  de los Cielos, abiertos a mi mirada espiritual, descendían hacia mí para tomar  mi alma.
Suele decirse que habría exultado de júbilo si me hubiera asistido  en aquella hora mi Hijo. ¡Ah!, mi dulce Jesús estaba muy presente con el Padre  cuando el Amor, o sea, el Espíritu Santo, Tercera Persona de la Trinidad Eterna,  me dio su tercer beso
en mi vida, ese beso tan potentemente divino, que en él mi alma se fundió, perdiéndose en la contemplación cual gota de rocío aspirada por el sol en el cáliz de una azucena. Y ascendí con mi espíritu en canto de júbilo hasta los pies de los Tres a quienes siempre había adorado.
Luego, en el momento exacto, como perla en un engaste de fuego, ayudada primero y luego seguida por el cortejo de los espíritus angélicos venidos a asistirme en mí eterno, celeste nacimiento, esperada ya antes del umbral de los Cielos por mi
Jesús y en el umbral de ellos por mi justo esposo terreno, por los Reyes y Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y mártires, entré como Reina, después de tanto dolor y tanta humildad de pobre sierva de Dios, en el reino del júbilo sin límite.
en mi vida, ese beso tan potentemente divino, que en él mi alma se fundió, perdiéndose en la contemplación cual gota de rocío aspirada por el sol en el cáliz de una azucena. Y ascendí con mi espíritu en canto de júbilo hasta los pies de los Tres a quienes siempre había adorado.
Luego, en el momento exacto, como perla en un engaste de fuego, ayudada primero y luego seguida por el cortejo de los espíritus angélicos venidos a asistirme en mí eterno, celeste nacimiento, esperada ya antes del umbral de los Cielos por mi
Jesús y en el umbral de ellos por mi justo esposo terreno, por los Reyes y Patriarcas de mi estirpe, por los primeros santos y mártires, entré como Reina, después de tanto dolor y tanta humildad de pobre sierva de Dios, en el reino del júbilo sin límite.
Y el Cielo volvió a cerrarse en este acto de la alegría de  tenerme, de tener a su Reina, cuya carne, única entre todas las carnes mortales,  conocía la glorificación antes de la resurrección final y del último juicio.
Mi humildad no podía dejarme pensar que me estuviera reservada  tanta gloria en el Cielo. En mi pensamiento estaba casi la certidumbre de que mi  carne humana, santificada por haber llevado a Dios, no conocería la corrupción,  porque Dios es
Vida y, cuando de sí mismo satura y llena a una criatura, esta acción suya es como ungüento preservador de la corrupción de la muerte.
Vida y, cuando de sí mismo satura y llena a una criatura, esta acción suya es como ungüento preservador de la corrupción de la muerte.
Yo no sólo había permanecido inmaculada, no sólo había estado  unida a Dios con un casto y fecundo abrazo, sino que me había saturado, hasta en  mis más profundas entrañas, de las emanaciones de la Divinidad escondida en mi  seno y que quería velarse de carne mortal. Pero el que la bondad del Eterno  tuviera reservado a su sierva el gozo de volver a sentir en sus miembros el  toque de la mano de mi Hijo, su abrazo, su beso, y de volver a oír con mis oídos  su voz, y de ver con mis ojos su rostro... esto no podía pensar que me fuera  concedido, y no lo anhelaba. Me habría bastado que estas bienaventuranzas le  fueran concedidas a mi espíritu, y con ello ya se habría sentido lleno de beata  felicidad mi yo.
Pero, como testimonio de su primer pensamiento creador respecto al  hombre, destinado por el Creador a vivir, pasando sin muerte del Paraíso  terrenal al celestial, en el Reino eterno, Dios quiso que yo, Inmaculada,  estuviera en el Cielo en alma y cuerpo... inmediatamente después del fin de mi  vida terrena.
Yo soy el testimonio cierto de lo que Dios había pensado y querido  para el hombre: una vida inocente y sin conocimiento de culpas; un dulce paso de  esta vida a la Vida eterna, paso con el que, como quien cruza el umbral de una  casa para entrar en un palacio, el hombre, con su ser completo hecho de cuerpo  material y de alma espiritual, habría pasado de la Tierra al Paraíso, aumentando  esa perfección de su yo que Dios le había dado, con la perfección completa,  tanto de la carne como del espíritu, que el pensamiento divino tenía destinada  para todas las criaturas que permanecieran fieles a Dios y a la Gracia.  Perfección que habría sido alcanzada en la luz plena que hay en el Cielo y lo  llena, pues que de Dios viene; de Dios, Sol
eterno que ilumina el Cielo.
eterno que ilumina el Cielo.
Delante de los Patriarcas, Profetas y Santos, delante de los  Ángeles y los Mártires, Dios me puso a mí, elevada a la gloria del Cielo en alma  y cuerpo, y dijo:
-Esta es la obra perfecta del Creador; la obra que, de entre todos los hijos del hombre, Yo creé a mi más verdadera imagen y semejanza; fruto de una obra maestra divina y creadora, maravilla del Universo que ve, dentro de un solo ser, a lo
divino en el espíritu eterno como Dios y como Él espiritual, inteligente, libre, santo, y a la criatura material en el más inocente y santo de los cuerpos, criatura ante la que todos los demás vivientes de los tres reinos de la Creación están obligados a inclinarse.
-Esta es la obra perfecta del Creador; la obra que, de entre todos los hijos del hombre, Yo creé a mi más verdadera imagen y semejanza; fruto de una obra maestra divina y creadora, maravilla del Universo que ve, dentro de un solo ser, a lo
divino en el espíritu eterno como Dios y como Él espiritual, inteligente, libre, santo, y a la criatura material en el más inocente y santo de los cuerpos, criatura ante la que todos los demás vivientes de los tres reinos de la Creación están obligados a inclinarse.
Aquí tenéis el testimonio de mi amor hacia el hombre, para el que  quise un organismo perfecto y un bienaventurado destino de eterna vida en mi  Reino.
Aquí tenéis el testimonio de mi perdón al hombre, al que, por la voluntad de un Trino Amor, he concedido nueva habilitación y creación ante mis ojos.
Aquí tenéis el testimonio de mi perdón al hombre, al que, por la voluntad de un Trino Amor, he concedido nueva habilitación y creación ante mis ojos.
Ésta es la mística piedra de parangón, éste es el anillo de unión  entre el hombre y Dios, Ella es la que lleva de nuevo el tiempo a sus días  primeros, y da a mis ojos divinos la alegría de contemplar a una Eva como Yo la  creé, aún más hermosa y santa por ser Madre de mi Verbo y por ser Mártir del  mayor de los perdones.
Para su Corazón inmaculado que jamás conoció mancha alguna, ni siquiera la más leve, Yo abro los tesoros del Cielo; y para su Cabeza, que jamás conoció la soberbia, con mi fulgor hago una corona, y la corono, porque es para mí santísima, para que sea vuestra Reina.
Para su Corazón inmaculado que jamás conoció mancha alguna, ni siquiera la más leve, Yo abro los tesoros del Cielo; y para su Cabeza, que jamás conoció la soberbia, con mi fulgor hago una corona, y la corono, porque es para mí santísima, para que sea vuestra Reina.
En el Cielo no hay lágrimas. Pero, en lugar del jubiloso llanto  que habrían derramado los espíritus si les estuviera concedido el llanto -humor  que rezuma destilado por una emoción-, hubo, después de estas divinas palabras,  un centelleo de luces, y visos de esplendores resplandeciendo aún más  esplendorosos, y un incendio de fuegos de caridad que ardían con más encendido  fuego, y un insuperable e indescriptible sonido de celestes armonías, a las  cuales se unió la voz del Hijo mío, en alabanza a Dios Padre y a su Sierva  bienaventurada para toda la eternidad.
Dice Jesús:
-Hay diferencia entre que el alma se separe del cuerpo por verdadera muerte y que momentáneamente el espíritu se separe del cuerpo y del alma vivificante por un éxtasis o rapto contemplativo. El que el alma se separe del cuerpo provoca la verdadera muerte, pero la contemplación extática, o sea, la temporal evasión del espíritu fuera de las barreras de los sentidos y de la materia, no provoca la muerte. Y ello porque el alma no se aleja y separa totalmente del cuerpo, sino que lo hace sólo con su parte mejor, que se sumerge en los fuegos de la contemplación.
Todos los hombres, mientras viven, tienen en sí el alma, sea que esté muerta por el pecado, sea que esté viva por la justicia; pero sólo los grandes amantes de Dios alcanzan la contemplación verdadera.
-Hay diferencia entre que el alma se separe del cuerpo por verdadera muerte y que momentáneamente el espíritu se separe del cuerpo y del alma vivificante por un éxtasis o rapto contemplativo. El que el alma se separe del cuerpo provoca la verdadera muerte, pero la contemplación extática, o sea, la temporal evasión del espíritu fuera de las barreras de los sentidos y de la materia, no provoca la muerte. Y ello porque el alma no se aleja y separa totalmente del cuerpo, sino que lo hace sólo con su parte mejor, que se sumerge en los fuegos de la contemplación.
Todos los hombres, mientras viven, tienen en sí el alma, sea que esté muerta por el pecado, sea que esté viva por la justicia; pero sólo los grandes amantes de Dios alcanzan la contemplación verdadera.
Esto demuestra que el alma, que conserva la vida mientras está  unida al cuerpo -y esta particularidad está presente igual en todos los  hombres-, tiene en sí misma una parte superior: el alma del alma, o espíritu del  espíritu, que en los justos es
fortísima, mientras que en los que desprecian a Dios y su Ley -incluso sólo con su tibieza y los pecados veniales- se hace débil, privando a la criatura de la capacidad de contemplar y conocer -hasta donde puede hacerlo una humana criatura, según el grado de perfección alcanzado- a Dios y sus eternas verdades. Cuanto más ama y sirve a Dios la criatura con todas sus fuerzas y posibilidades, esa parte superior de su espíritu tiene más capacidad de conocer, de contemplar, de penetrar las eternas
verdades.
fortísima, mientras que en los que desprecian a Dios y su Ley -incluso sólo con su tibieza y los pecados veniales- se hace débil, privando a la criatura de la capacidad de contemplar y conocer -hasta donde puede hacerlo una humana criatura, según el grado de perfección alcanzado- a Dios y sus eternas verdades. Cuanto más ama y sirve a Dios la criatura con todas sus fuerzas y posibilidades, esa parte superior de su espíritu tiene más capacidad de conocer, de contemplar, de penetrar las eternas
verdades.
El hombre, dotado de alma racional, es una capacidad que Dios  llena de sí. María, siendo la más santa de las criaturas después del Cristo, fue  una capacidad colmada -hasta el punto de rebosar sobre los hermanos en Cristo de  todos los siglos, y por
los siglos de los siglos- de Dios, de sus gracias, de su caridad, de su misericordia.
El Tránsito de María se produjo sumergida Ella por las olas del amor. Ahora, en el Cielo, hecha océano de amor, derrama sobre los hijos que le son fieles, y también sobre los hijos pródigos, sus olas de caridad para la salvación universal, Ella que es Madre universal de todos los hombres.
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Las visiones de María Valtorta
los siglos de los siglos- de Dios, de sus gracias, de su caridad, de su misericordia.
El Tránsito de María se produjo sumergida Ella por las olas del amor. Ahora, en el Cielo, hecha océano de amor, derrama sobre los hijos que le son fieles, y también sobre los hijos pródigos, sus olas de caridad para la salvación universal, Ella que es Madre universal de todos los hombres.
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Las visiones de María Valtorta

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